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Una imaginación desbordante para una ópera barroca de Purcell

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El festival de Glyndebourne celebra el 350 aniversario del más grande compositor inglés, Henry Purcell (1659-1695), con su semi-ópera "The Fairy Queen", estrenada en 1692.

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Se trata de un espectáculo adaptado de la comedia de Shakespeare "Sueño de una noche de verano", la misma que inspiraría más tarde a Felix Mendelssohn, en una nueva producción de Jonathan Kent interpretada por la Orchestra of the Age of Enlightenment bajo la dirección de William Christie.

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La semi-ópera, espectáculo típico de la era barroca, combina el teatro hablado con danzas y números musicales, que en Inglaterra, a diferencia de lo que ocurría en Francia por la misma época, llevan literalmente "la voz cantante".

Purcell no pone música al texto del bardo de Stratford-upon-Avon, libremente adaptado por un autor anónimo, sino que intercaló varias "mascaradas", esa forma de entretenimiento cortesano típico del barroco que combinaba música, canto, danza y teatro.

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"The Fairy Queen" (La Reina de las Hadas) lleva mucho tiempo formando parte del repertorio de William Christie, quien lo interpretó ya en su día en el festival de Aix-en-Provence al frente de su grupo "Les Arts Florissants".

El espectáculo se ofrece hoy en día muchas veces sólo en su versión musical, es decir sin diálogo, pero Christie y Kent han decidido ofrecerlo prácticamente completo, con sus tres horas y cuarto de duración, sin contar los descansos, y el resultado es extraordinario.

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Kent ha sabido recrear la brillantez del teatro barroco, con su imaginativo recurso a todo tipo de golpes de efecto, que lo convierten en una auténtica delicia para la imaginación del espectador.

El decorado es una especie de gabinete de curiosidades de un salón lleno de vitrinas donde se exponen todo tipo de objetos y animales, pero de las que puede salir cualquier cosa.

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Caballos alados y barcas barrocas caen alternativamente de una cúpula o ascienden desde un foso en el centro del escenario mientras ángeles siniestros vestidos con trajes contemporáneos y alas negras pululan por todos lados.

En medio del salón barroco en el que se mueven personajes de empolvadas pelucas aparece de pronto un grupo de cómicos vestidos con monos y provistos de los instrumentos de trabajo de un servicio de la limpieza, incluida una moderna aspiradora.

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Una de las escenas más divertidas muestra a la joven soprano Helen-Jane Howlls y al igualmente joven tenor Ed Lyon desnudos junto al árbol del Bien y del Mal como Adán y Eva, con sólo unas hojas de parra tapando sus partes pudendas.

Y en otra, realmente delirante, se produce una auténtica orgía de un cuerpo de ballet integrado por decenas de conejos gigantes que copulan entre ellos en todas las posturas imaginables.

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Lo asombroso de este espectáculo total es que en ningún momento degenera en caos, como podría muy bien ocurrir con algún otro director escénico menos experimentado que Kent, quien logra mantener el pulso de principio a fin.

William Christie, un auténtico maestro de la música barroca, da la impresión de divertirse no sólo dirigiendo la deliciosa música de Purcell sino también con todo lo que sucede en el escenario durante las partes habladas.

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La compenetración entre Christie y Jonathan Kent es total, y el músico lo ha reconocido así: "Somos amigos y vemos casi todo desde la misma óptica. Hemos trabajado casi dos años en esta composición".

Si tienen la ocasión de acudir a Glyndebourne, que celebra también este año con Händel, Dvorak, Donizetti, Wagner y Verdi, además de Händel, su 75 aniversario, en ningún caso deben perderse este espectáculo.

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