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Un infernal tour por España en los ochenta: adelantar a 400 camiones y no cobrar

Alfaro dinamitó la esclerotizada escena musical a finales de los ochenta con un imaginario lírico desconocido

Fernando Alfaro

Tantos años de carretera y manta nos contemplan que se hace difícil contemplar tantos años. Se ven borrosos y todo se mezcla. Desde un lejano 1988 en que empecé a dar tumbos por ahí con mis compadres de Surfin' Bichos, cuando prácticamente estaban poniendo las carreteras. Porque nosotros hemos crecido a la vez que la Red de Carreteras del Estado. Y que toda la puta infraestructura de comunicaciones.

En aquellos entonces no había apenas ni autovías, casi todo eran carreteras de doble dirección. Largas carreteras que parecían verticales y daban vértigo. En las tardes del crudo estío abrasando la solana ibérica, la carretera eterna echaba humo y el sol nos hacía ver charcos enormes que en realidad no estaban ahí. Espejismos. Por entonces era bien raro que las furgonetas de alquiler tuvieran aire acondicionado. El calor era tal que te hacía delirar. O éramos nosotros que ya delirábamos de por sí.

Éramos como iniciados de una religión absurda buscando oasis. Porque existían y estaban allí, al final de aquellas larguísimas carreteras. Adelanta a 400 camiones para llegar y tocar y cantar y contar a gritos quién soy, qué somos, vosotros y nosotros, que estamos aquí, joder.

De una punta de la Península a otra, transportando el pie de teclado con forma de púlpito y el órgano negro con todos los cables por fuera y despeinados. Aquel órgano se llamaba Organizer pero lo bautizamos Rezinagro, desde que un día alguien puso sobre su estuche (que parecía un ataúd) el libro de fotos, también negro y con la cruz troquelada, de Joel-Peter Witkin.

De vez en cuando aparece un recuerdo y se hace nítido y te da una punzada en el plexo solar. No los voy a relatar aquí: no es que no se puedan confesar, es que no se quiere. Otro día... Mmmmm... bueno: voy a contar una pequeña historia. No es la mejor, ni la más rockera, ni tiene sexo, ni siquiera es aleccionadora. Eran los primeros tiempos. Estábamos terminando de grabar La luz en tus entrañas, el primer álbum de Surfin' Bichos y nos surgió un bolo: en Medina del Campo, Valladolid.

Era un festival recién creado de la nada con más bondad que otra cosa. Íbamos en el coche de Joaquín Pascual, guitarra y dueño del Rezinagro, que precisamente se empezó a llamar así entonces. Y comenzó la Maldición del Rezinagro. Que fue la que hizo que aquel festival resultara un desastre total. (La que también, meses después, tras unos conciertos en Galicia, nos embarullaba por sus retorcidas carreteras, con una tormenta de meigas alrededor, y se hacía de noche y no habíamos salido de Galicia y nos quedaban mil kilómetros hasta casa...).

Volvamos al festival aquel. Coincidía con las fiestas de San Antolín, patrono de la localidad. San Antolín Chutín, lo bautizó Carlos Cuevas, sin ánimo de ofender: eran todavía los ochenta. Yo tengo recuerdos muy vagos pero sé que dormíamos en el suelo de casas, que los farmacéuticos eran unos asesinos, que había gente increíble, de gran corazón y gran desastre. Al final no tocamos. No hubo festival, vaya. Ni siquiera nos pagaron y la pasta se la llevó el mánager del otro grupo que tampoco tocó. La Maldición del Rezinagro. Pero el milagro de la vida: poco después de regresar a casa, nació la hija de Joaquín.

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