Este artículo se publicó hace 18 años.
Irak se desvanece en el Kurdistán
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En el Kurdistán autónomo, Irak solo existe sobre el papel, y no es una metáfora: los billetes en circulación y los pasaportes son las únicas cosas que indican que este lugar pertenece a un Estado llamado Irak.
A todos los efectos, la impresión de un visitante es que se encuentra en otro país: las banderas iraquíes no ondean en parte alguna, ni en el aeropuerto, y el idioma que los niños y mayores estudian en la escuela es el kurdo.
"¿Cómo vamos a identificarnos con esa bandera que nos impuso el partido Baaz?", recuerda Mulá Bajtiar, uno de los dirigentes de la Unión Patriótica del Kurdistán, la organización que junto al Partido Demócrata del Kurdistán tiene todos los resortes del poder en esta región.
Es cierto que la bandera iraquí comparte las franjas roja, blanca y negra con la siria, la egipcia y la yemení, creadas todas ellas al calor del panarabismo del partido Baaz, un panarabismo que aquí provoca urticaria.
Los niños kurdos ya no estudian la geografía y la historia de los países árabes, sino la del Kurdistán, entendiendo por ello el territorio reclamado por los kurdos de Irak, Turquía, Irán y Siria, según reconoce a Efe Aras Abdullah, responsable precisamente de transformar el programa escolar de la época de Sadam a los nuevos tiempos.
"Enseñamos la historia de nuestra nación, que es la kurda, aunque progresivamente también se les va introduciendo a los niños en la realidad de Irak, el país en que vivimos", dice Abdullah, eligiendo cuidadosamente las palabras.
Así, el Kurdistán, el mayor pueblo sin estado del mundo -25 millones de personas-, tiene una existencia muy real en la conciencia de los kurdos iraquíes, y por ello los países vecinos, y en particular Turquía, temen el contagio a sus propios kurdos, que totalizan cerca de catorce millones de almas.
La lengua árabe, según reconoce Abdullah, se estudia en esta región menos horas a la semana que el inglés, y es cierto que ni los niños ni los jóvenes saben desenvolverse en árabe. Muchos adultos, como es fácil de comprobar, tampoco dominan el árabe o se niegan a utilizarlo.
En el norte de Irak, todo, la radio y la televisión que se escuchan, la prensa que se lee, los libros que se publican, la música que suena en tiendas y cafés, es kurdo.
El gobierno de la región ha conseguido una autonomía total incluso en las fuerzas policiales y militares: las unidades militares desplegadas aquí, incluso en la frontera, pertenecen teóricamente al Ejército iraquí, pero son militares kurdos crecidos en la lucha separatista sobre cuyas fidelidades nadie tiene duda.
Este gobierno recauda tasas aduaneras, expide matrículas de coches, nombra a sus jueces y administra sus cárceles en completa independencia.
Si su presupuesto no dependiera del dinero enviado por Bagdad -cerca del 20 por ciento del presupuesto nacional-, la independencia sería un hecho.
Por ello los kurdos reivindican para su región la zona de Kirkuk, pues con el petróleo que se extrae desde allí -un millón de barriles diarios, casi la mitad de las exportaciones iraquíes- podrían ser completamente autosuficientes.
El sueño de un Kurdistán independiente nunca estuvo tan al alcance de la mano. En 1920, cuando las grandes potencias rediseñaban el mapa de Oriente Medio tras el desastre del Imperio Otomano, el Tratado de Sevres cocinado en las cancillerías europeas recogió el derecho de los kurdos de toda la región a un estado.
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