Este artículo se publicó hace 14 años.
James Ellroy dice que "hace 20 años que dejé de preocuparme del mundo exterior"
El maestro de la novela negra James Ellroy asegura que vive y escribe ignorando totalmente el presente y el mundo exterior, del que dejó de preocuparse -confiesa- "hace 20 años", porque prefiere volcarse en los años 50 y 60, décadas que le obsesionan y que recrea en su imaginación de día y de noche.
El escritor natural de Los Ángeles (EEUU), que se encuentra en Barcelona para promocionar su última novela, "Sangre vagabunda" (Ediciones B), se muestra casi desafiante a la hora de defender al personaje público que se ha creado: el de un artista con una tormentosa vida y aislado totalmente del presente.
En un encuentro con periodistas, Ellroy insiste en que sí, es verdad, no tiene móvil, ni se conecta a internet, y ni siquiera ve la televisión ni lee periódicos ni libros. Sólo sus propias obras escritas tienen cabida en su casa. "No leo nada", subraya.
Para conectarse con la vida, tiene suficiente con sus amigos y su novia, y toda la investigación que necesita para escribir sus libros -"Sangre Vagabunda" tiene 773 páginas- la encarga a terceros, que se documentan por él y le envían sus apuntes, con los que Ellroy trabajará y a los que añadirá el toque de ficción.
"Ignoro totalmente el presente porque quiero ser lo más eficaz posible en mi trabajo", afirma, tras subrayar que, por ejemplo, no piensa salir del hotel durante su estancia en Barcelona y que, en Los Ángeles, suele merodear de noche por su apartamento, de una habitación a otra, con las luces apagadas, dedicándose "sólo a pensar".
De esta manera, surgió "Sangre Vagabunda", que retrata una Norteamérica racista y conservadora en la que la corrupción está extendida a todos los niveles, y que cierra su Trilogía Americana, integrada también por "América" y "Seis de los grandes".
"El poder corrompe a algunas personas, pero no a todas. Yo intento no hacer generalizaciones. Los actos de los protagonistas hablan por ellos. Es el lector el que debe llegar a sus propias conclusiones", asevera.
Al igual que en otras de sus obras, Ellroy utiliza sus propias experiencias vitales para dar vida a sus personajes, que se mueven en su última obra en el verano de 1968, cuando las conspiraciones sobre la muerte de Martin Luther King y Robert Kennedy empiezan a aclararse.
Es el caso del detective privado Don Crutchfield, que hereda del escritor su pasado de "voyeur", y que está inspirado en un amigo íntimo que fue detective de famosos en el Hollywood de los años 50.
Dwight Holly, el matón preferido de J.Edgar Hoover, vive en la novela un colapso nervioso, episodio que experimentó el propio escritor poco antes de empezar a trabajar en "Sangre vagabunda", en la que también se nutrió del divorcio de su segunda esposa y la relación sentimental que inició con dos mujeres, una de ellas embarazada de otro hombre.
Recurrir a su propia trayectoria vital es un ejercicio literario que Ellroy ha hecho siempre y que alcanzó su punto álgido cuando recopiló en "Mis rincones oscuros" toda la documentación y los recuerdos sobre el asesinato de su madre, crimen sin resolver que ocurrió cuando tenía diez años.
Aunque dice no estar traumatizado por la muerte de su madre, asegura que "ella siempre está presente" en su imaginación y que esa obsesión ha ido adoptando nuevas formas con los años.
Tras cerrar la trilogía que dice le convertirá en "el mejor novelista histórico", Ellroy tiene en mente otra ambiciosa obra de cuatro volúmenes ambientada en una América anterior a la que ha descrito hasta ahora y de la que no quiere dar más detalles.
Antes, sin embargo, los lectores de este escritor de casi 62 años podrán devorar un libro autobiográfico que saldrá esta primavera, "La maldición de Hilliker", que versa sobre él y sus relaciones con las mujeres, otra de sus obsesiones.
Ellroy no quiere que lo relacionen con ningún escritor del presente, ni siquiera con otros autores de novela negra americana, y asegura no tener tampoco ni idea de ningún fenómeno de novela negra en los países nórdicos. Debe ser de los pocos que no ha leído a Stieg Larsson.
María Jesús Ezquerro
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