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El Kun indulta al Madrid

El Atlético fue mejor en los dos derbis, el táctico y el desatado, pero perdonó demasiado ante Casillas. El Madrid acusó la baja de Pepe en defensa y enfermó otra vez de Robben en ataque

JOSÉ MIGUÉLEZ

La portería del Madrid se hace muy pequeña, diminuta, cuando la mira el Atlético. La encoge Casillas, la encoge esa fatalidad rojiblanca en los derbis, ya crónica aunque reciente, que no sale de sus cabezas, la encogen los complejos, el miedo ya no a perder sino a ganar. Fue mejor el Atlético en el Bernabéu y, sin embargo, el marcador no se lo reconoció. La portería del Madrid se le hizo mínima, sobre todo al Kun. Y eso que la visitó como nadie fue capaz en la era Juande, con reiteración e insistencia, con facilidad. Sólo la perforó una vez.

Por eso salió el Madrid triunfador del combate. No le vale de mucho en su carrera por el título, donde los empates computan como derrotas, otra vez a seis puntos de ese Barça al que llegó a acariciar, pero sí en los asuntos de la máxima rivalidad, donde sigue intacto desde hace ya diez años. Vio truncada su imparable racha de victorias ligueras (se quedó en diez), y lastimó su imagen con una actuación muy pobre incluso en defensa, la asignatura que tenía a Juande en los altares. Pero le restregó al viejo vecino que incluso en tardes así es incapaz de ganarle.

Hubo dos derbis en uno, el táctico, untado de consignas de entrenador, y el roto, 35 minutos finales de ida y vuelta y alboroto, llenos de vértigo, sustos y ocasiones. El Atlético fue mejor en los dos, especialmente en el segundo, cuando el juego se partió en dos y ambos conjuntos decidieron pegarse a pecho descubierto. Y, sin embargo, fue precisamente ese tramo el que dejó vivo al Madrid. El fútbol y sus paradojas.

Ambos miraron más al rival que a sí mismos en el planteamiento. Juande no se fió de los defensas que se encontró en el banquillo y prefirió corregir la ausencia de Pepe con Ramos y bajar a Lass al lateral. Un mensaje con una evidente cuota de miedo hacia el ataque rojiblanco, pero también un exceso de confianza hacia su centro del campo. Pero fue en esa zona central donde le ganó el Atlético el primer tiempo.

El esperado Maniche se quedó en el banco y Abel tiró de Camacho. La medida no le quitó llegada y sí le dio protección. Entre Assunçao y el canterano fueron turnándose para vigilar a Guti y a Raúl, para apagar la luz al Madrid en entrelíneas. Para la prosperidad de la fórmula fue necesaria la ayuda de Forlán, menos pendiente del ataque que de Gago en un afán por cortocircuitar la salida de balón del Madrid.

Fue un atlético desconocidamente solidario el que pisó el Bernabéu. Menos derrotado que de costumbre, más un equipo que la suma exclusiva de sus individualidades en el ataque. Con obligaciones tácticas para todos los hombres, Kun incluido, siempre arriba para fijar. Muy metido el Atlético en la pizarra, también fue ambicioso y eléctrico para buscar la portería al contragolpe. Desde la elaboración, a la que el Madrid le invitó con demasiada frecuencia, no causó arañazos. Pero sí a la contra, el sello de toda su vida.

Así llegó su gol, una fulgurante combinación de cinco toques que retrató al Madrid. Ni se enteró. Sin Pepe su deliciosa sensación de firmeza quedó hecha añicos. Durante el primer tiempo, el Madrid fue más de lo mismo cuando Robben está en el campo. Pocas ganas de iniciativa, ningún rastro del juego colectivo, sólo las galopadas del holandés.

Robben volvió a ser el más peligroso de los blancos en ese tramo, pero también el más irritante. Un enemigo para sus propios compañeros e incluso para la grada, que le regaló silbidos en cuanto abusó de la pelota. El extremo se quejaba de la falta de movilidad de sus compañeros y estos se quejaban de su propensión a chupar. Al calor de esos desencuentros el Madrid quedó roto.

Juande tiró la toalla de su primer plan a los 55 minutos. Entraron Salgado e Higuaín y se fueron Guti, desaparecido en todos los asuntos, y Heinze. Lass volvió al centro del campo, Marcelo bajó al lateral y se reforzó la media punta. El revuelo pilló desprevenido al Atlético, le confundió. Al primer intento, Higuaín apareció en zona de nadie y regaló un pase interior a Huntelaar, quien (en fuera de juego), empató.

El golpe no sepultó al Atlético. Al contrario, le despertó. Abandonó su rigor táctico y se desató al contragolpe. El Madrid también se quitó el corsé que le apresa desde la llegada de Juande. Quiso el balón y la iniciativa y se quedó desnudo, demasiado, por atrás. El partido se rompió. En el intercambio de puñetazos fue mucho más dañino el Atlético. El Kun dobló una y otra vez a Ramos y a Cannavaro. Pero al llegar ante Casillas cerró los ojos. Una vez, dos, tres... El Kun tuvo la gloria en el zapato. Pero la dejó escapar, para disgusto de su camiseta. Como el Madrid, tan feliz, dejó escapar otra vez al Barça. Así se cuentan ahora los derbis. 

 

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