Este artículo se publicó hace 15 años.
"Kurt Cobain era un maltratador y un gilipollas"
Lucía Etxebarría. Escritora. Podía haber sido una estrella del rock, pero cambió los tugurios de mala muerte por la pluma; sin dejar, eso sí, de mover el esqueleto
Tras siglos de sesudas discusiones filosóficas lideradas por Sócrates y Séneca, por fin estamos en condiciones de aclarar qué es la felicidad: rendirte a los encantos de un negro semidesnudo con el pelo a lo afro. ¡Oh, yeah! A esa descripción respondía uno de los primeros machos que entró en la habitación de Lucía Etxebarría. Su familia, claro, montó en cólera. A ver, no es que el chaval fuera negro y luciera un taparrabos blanco, no. Ni siquiera que la chiquilla tuviera entonces12 añitos... El problema era que el maromo era... "un hortera". ¿Cómo?
Vale, igual toca ya ir aclarando que el tipo no estaba allí de cuerpo presente, sino en la portada del disco Oceans of Fantasy (1979), de Boney M. Así que no se trataba de un conflicto sexual sino musical: la preadolescente Lucía escuchaba impunemente música disco de medio pelo en una casa donde imperaba el buen gusto musical. "Mi madre me llevó a ver a Miles Davis con 17 años", dice. "Además tenía hermanos hippies que oían Genesis, Pink Floyd y esas cosas".
Su casa familiar estaba repleta de libros y discos de altos vuelosPor si todo esto no fuera suficientemente cultureta, en su casa leían mucho. "El suelo del despacho de mi padre se hundió por las pilas de libros", cuenta. Libros y discos, ¡guau! ¡Qué paraíso para una niña con inquietudes! O no. Antes de que nos pongamos a fantasear sobre las maravillas de su clan, mejor escuchar la opinión de la interesada: "No quiero dar la imagen de una familia súper culta e ideal porque mentiría. Mi familia tenía cosas horrorosas". Glups.
Tantas que la escritora prefiere pasar de puntillas por los líos "económicos y políticos" de esta prole numerosa de Bermeo (Vizcaya). "No tuve una infancia feliz, pero los libros y los discos me abrieron las puertas para elegir entre diversas opciones. Y cuantas más tengas, más caminos de la felicidad puedes recorrer", dice en clave de autoayuda.
Y una de las rutas transitadas fue la musical: Etxebarría acabó trabajando en varias compañías de discos. Experiencia en la primera línea no le faltaba: tenía 14 años cuando vio a Depeche Mode en RockOla. "Entré sin problemas porque aparentaba 18. Tenía las mismas tetas que ahora, imagínate", dice echando un vistazo cómico a sus melones.
"Cualquier rockero puede follarse a la tía que quiera. Es absurdo"Decenas de bolos después, Etxebarría, ex pareja de algún que otro músico, atesora anécdotas de desvaríos nocturnos para dar y tomar. Como aquel concierto de Iggy Pop en el que, en su rol de traductora, medió entre el guitarrista de la banda, "que era feo como matar a un padre" y "dos pijas": tuvo que preguntar a las pibas gemelas, para más señas si querían pasar la noche con el cardo borriquero. "En lugar de mandarme a la mierda, me dijeron que sí". Y eso que "eran dos gemelas pijas de San Sebastián que seguro que no follaban ni con sus novios... ¡y mucho menos juntas en un trío!", cuenta estupefacta. "Está comprobado. Un ro-ckero puede follarse a cualquier tía. Hay una sublimación absurda incomprensible".
Pero sus dardos más afilados contra la dictadura machirula del rock los reserva para el gran icono de nuestra era: Kurt Cobain, cantante de Nirvana, al que dedicó una biografía novelada. "Era un maltratador y un gilipollas. Alucino con la imagen de santo de un tipo con tantas denuncias por agresión a su pareja. Y sus diarios son de un narciso... Es peligroso adorar a un suicida chalado".
Aunque ya no disfruta la música tanto como antes "no entiendo lo de acumular 3.500 compactos en el disco duro. Debe de ser para ocultar algún tipo de carencia afectiva. Antes me tragaba cualquier cosa. Ahora ya no" no significa que renuncie a la diversión por el miedo al qué dirán, como cuenta en su último libro, El Club de las Malas Madres (MR Ediciones, 2009). "Cuando eres mamá la gente espera de ti cosas como que no vayas a conciertos. El complejo de culpa de muchas madres de mi edad es tremendo. Parece que para ser buena madre hay que ponerse un chip de la Conferencia Episcopal", dice enrabietada.
Y para canalizar esa frustración qué mejor que poner música a todo trapo. "Me anima oír el Cream de Prince. La letra me pone las pilas: Tú vales mucho, nena. Tú marcas las reglas. Y estás buenísima", tararea feliz.
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