Este artículo se publicó hace 16 años.
Luis Sepúlveda recorre la geografía humana en "La lámpara de Aladino"
Acostumbrado a mirar a su alrededor para captar "el componente mágico que tiene la vida", el escritor chileno Luis Sepúlveda, afincado en Gijón, el lugar que, según dice, le ha hecho "tener una tierra bajo los pies", ha reunido doce relatos en "La lámpara de Aladino", todo un recorrido por la geografía humana.
Editado por Tusquets, "La lámpara de Aladino", que ya ha sido traducido al portugués, italiano y francés, no en vano Sepúlveda está considerado uno de los escritores en español más traducidos, revisa los lugares y situaciones que más han influido a este autor, que, desde que se exilió de Chile en 1977, no ha parado de vivir en diferentes sitios hasta que recaló en Asturias hace diez años.
Y para poner el espejo retrovisor y mirar hacia la Patagonia, la Alejandría de Kavafis, el Hamburgo lluvioso, el Chile de los sesenta o la recóndita frontera de Perú, Colombia y Brasil, Luis Sepúlveda ha elegido el relato porque considera que es el género "más intimo" y el que más le gusta.
"Me encanta el relato o el cuento. Te exige concisión, es un género de madurez, el más difícil porque te pide oficio y tiene una regla de oro, que es la espontaneidad", explica a Efe este escritor, que alcanzó el éxito con "Un viejo que leía historias de amor", traducido a 52 idiomas, con cifra de ventas millonarias y que fue llevada al cine con guión del propio Sepúlveda.
Pero no sólo esta novela le dio fama y éxito porque le siguieron "Mundo del fin del mundo", "Nombre de torero", "Patagonia Express" o "Historia de una gaviota y del gato que le enseñó a volar".
Convencido de que la literatura sirve "para pasar buenos momentos y para entregarte a una buena reflexión", Sepúlveda afirma que los momentos mágicos en los libros no son exclusivos de los latinoamericanos.
"En España hay escritores maravillosos que juegan con la magia y los símbolos como Manuel Rivas, Bernardo Atxaga o Luis Landero, y para una autora de relatos y cuentos me quedo con Cristina Fernández Cunas, que es una maestra fascinante", subraya el escritor.
Sepúlveda dedica cada relato a alguno de los amigos con los que ha compartido hechos o lugares del pasado, como a los amigos de Asturias, de los que dice que le han "devuelto la tierra bajo los pies".
"Soy parte del inventario de Gijón: soy como las farolas de Gijón, que no las bota ni el viento del mar", añade con humor este autor, que también ama la novela negra y que dirige en esta ciudad el Salón del Libro Iberoamericano.
Y por entre las hojas del libro aparece un cuento mágico sobre la Patagonia dedicado a don Aladino Sepúlveda, primer "squater" de la Patagonia, del que se deduce que la avaricia rompe el saco. El cuento narra la historia de un hombre que enseña a su perro a esconder monedas de oro dentro de su estómago y a echarlas cuando hace "caquita".
Con estas monedas, el viejo no quiere ni poder ni riqueza, sólo dulces para sus nietos y tabaco, azúcar y aspirinas.
También Sepúlveda recuerda el chile de 1968, "cuando estábamos llenos de esperanza", explica, o la Alejandría de Cavafis. Este relato está dedicado a la memoria del escritor egipcio Naguib Mahfuz, a quien Sepúlveda conoció y quien le enseñó el Egipto mágico que queda fuera de los turistas.
Un libro lleno de humanidad que pone muy de relieve "que hoy el mundo ha fallado en algo".
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