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La malaria mató a Tutankamón

La autopsia del faraón revela que murió por una fractura en su pierna agravada por el paludismo

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Caso cerrado. Tutankamón, el faraón más célebre del Antiguo Egipto pese a la mediocridad de su reinado, no murió asesinado por su general Horemheb, que aspiraba a sucederle en el trono. Ni padeció peste bubónica, tuberculosis, lepra o leishmaniasis, plagas comunes en el delta del Nilo durante su mandato, entre los años 1333 y 1324 antes de Cristo. “Tutankamón padecía malaria severa y también tenía los huesos muy débiles, además de una deformación en la pierna izquierda que le obligaba a caminar con dificultad”, explica a Público el secretario general del Consejo Supremo de Antigüedades de Egipto, Zahi Hawass.

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“También parece que no le llegaba el flujo sanguíneo a algunos tejidos, así que caminaba con bastones, como evidencian las 130 garrotas que se encontraron en su tumba. La causa de su muerte fue un accidente que fracturó su pierna izquierda”, añade.

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Hawass presenta hoy en El Cairo el estudio más esperado de la egiptología: la autopsia de Tutankamón. Desde que el británico Howard Carter descubrió su tumba en el Valle de los Reyes en 1922, los arqueólogos han intentado explicar la temprana muerte del faraón, a los 19 años, y sus rasgos femeninos, apreciables en las esculturas de la época. Con todas las teorías que hay sobre la mesa se podría hacer el temario de un curso de medicina.

Según algunos investigadores, Tutankamón sufría el síndrome de Marfan, una enfermedad genética que explicaría su rostro afilado y la longitud excesiva de sus brazos y piernas. Otros estudiosos propusieron el síndrome de Antley-Bixler, una patología extremadamente rara que impide la fusión correcta de los huesos del cráneo. Y la lista de dolencias achacadas al joven faraón incluye el síndrome de Klinefelter, una anomalía de los cromosomas sexuales que se manifiesta en los hombres en un pene pequeño y un agrandamiento de las mamas; un retraso mental asociado al síndrome de Wilson-Turner y un síndrome de exceso de aromatasa, que también implicaría un excesivo desarrollo de sus pechos. La nueva autopsia ha descartado todas estas hipótesis, propuestas a partir de representaciones artísticas, sin estudios científicos de los restos del paciente.

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El nuevo análisis, que se publica en la revista JAMA, de la Asociación Médica de EEUU, ha estudiado el ADN de 11 momias, incluida la de Tutankamón, que presuntamente pertenecían a la familia del faraón. En cuatro de ellas, incluida la del muchacho, han aparecido genes específicos del Plasmodium falciparum, el parásito causante de la malaria en los seres humanos. Las conclusiones de los investigadores desmitifican la imagen de Tutankamón: “Deberíamos imaginárnoslo como un joven aunque frágil rey, que necesitaba bastones para caminar a causa de la necrosis de sus huesos, en ocasiones dolorosa, provocada por la enfermedad de Köhler II, sumada a la oligodactilia”. El faraón, que controlaba el mayor imperio de la antigüedad, era un chaval cojo con menos falanges de las normales en su pie derecho y un pie izquierdo malformado.

“Una repentina fractura de su pierna izquierda, posiblemente producida por una caída, pudo degenerar en un pronóstico muy grave a consecuencia de la malaria”, continúa el estudio, en el que han colaborado, además de los científicos egipcios, investigadores de la Universidad alemana de Tubinga y del Instituto para las Momias y el Hombre del Hielo de Bolzano, en Italia. A juicio de los autores del trabajo, el hallazgo en la tumba del faraón de semillas, frutos y hojas, posiblemente utilizados como tratamiento médico contra el dolor y la fiebre, apoya este diagnóstico.

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Pero averiguar cómo se cayó el rey será más difícil. Hace casi 20 años, el egiptólogo estadounidense Dennis Forbes sugirió que Tutankamón se partió la pierna al caer de un carro de guerra, como los que se encontraron en su tumba. Hawass, el hombre que controla todos los secretos de las pirámides, es más escéptico. “La caída pudo ser desde un carro, pero no hay ninguna evidencia para probarlo. Sus huesos eran tan débiles que cualquier caída pudo romperlos”, matiza.

De lo que sí están seguros los autores es de que Tutankamón no tenía un físico afeminado, como se ha especulado durante años. Según el equipo, las representaciones andróginas del faraón son consecuencia del nuevo arte surgido de la reforma religiosa de su predecesor, Akenatón. El estudio despeja cualquier duda: “El pene de Tutankamón, que ya no está conectado al cuerpo, está bien desarrollado”.

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El análisis de las 11 momias reales también ha servido para desenredar los orígenes de Tutankamón, discutidos durante decenios por los egiptólogos. Según el nuevo estudio, el muchacho era, definitivamente, hijo de Akenatón, el faraón que llevó a cabo la primera reforma religiosa de la historia, al imponer el culto al dios Atón, representado como un gran disco solar, para aplastar al hasta entonces todopoderoso clero de Amón. La casta sacerdotal desapareció, y Akenatón se convirtió en el único representante de dios en la Tierra.

Hasta aquí, ninguna sorpresa. El controvertido Akenatón era el candidato favorito de los egiptólogos a la paternidad de Tutankamón, pero Albert Zink, coautor del estudio, sugiere una novedad completamente inesperada. Otra momia, encontrada en la tumba KV35 del Valle de los Reyes, parece ser la madre del joven faraón. Y según Zink, director del Instituto para las Momias y el Hombre del Hielo de Bolzano, podría tratarse de Nefertiti, esposa de Akenatón y otra de las figuras célebres del Antiguo Egipto. Próximos análisis dirán si esta hipótesis es cierta.

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Hasta la fecha, se pensaba que Tutankamón era hijo de Kiya, otra de las mujeres del harén de Akenatón. Si se confirma la teoría, el culebrón sería completo. El faraón se casó con su hermana, Anjesenamón, también hija de Akenatón y Nefertiti.

En un comunicado, Zink se vanagloria de haber abierto, con este estudio, “una dimensión completamente nueva en la egiptología médica y molecular”. Sin embargo, el editorial de la revista JAMA es más crítico con este salto. La publicación médica cita el estudio del ADN de los descendientes del tercer presidente de EEUU, Thomas Jefferson, y de una de sus esclavas, Sally Hemings. Los análisis, llevados a cabo en 1998, mostraron que ambos tuvieron al menos un hijo juntos.

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“Está poco claro cuáles serán las directrices éticas con las que se guiarán las próximas investigaciones genéticas en el corazón de la historia humana. ¿Cuáles serán las reglas para exhumar cuerpos con el fin de resolver molestos puzles patológicos?”, se pregunta la revista. “¿Están los personajes históricos sometidos a la misma política de privacidad que disfrutan los ciudadanos anónimos después de la muerte?”, añade el editorial. El principal autor de la autopsia de Tutankamón, más de 3.000 años después de su muerte, lo tiene claro. “Es el trabajo más científico posible”, zanja Hawass.

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