Este artículo se publicó hace 15 años.
"Lo que más me molesta son los hombres domesticados"
Juan López de Uralde, cabeza de Greenpeace España, es quien hace la compra en casa y saca al perro. Y no recuerda las veces que ha sido detenido
El día en que Michael Jackson murió, las Nuevas Generaciones del PP en Valladolid reclamaban la instalación de una central nuclear en la ciudad desde un tríptico informativo donde garantizaban que en las inmediaciones de Garoña nadie se ha topado todavía con "peces de tres ojos ni niños fluorescentes".
Lo que le faltaba a Juan López de Uralde (Juantxo; San Sebastián, 1963) para que el ambiente en su despacho suba algunos grados más en pleno verano madrileño. Y encima sin aire acondicionado en las oficinas de Greenpeace. Allí hay ventiladores de los grandes en el techo. Y en cualquier momento se puede escuchar piar a una bandada de pájaros y atravesar la habitación, invisibles: es el ringtone con el que su móvil le avisa de cada llamada.
"Cuando era pequeño, o decías que querías ser futbolista o estabas muerto", sentencia. "Yo quería ser jugador de fútbol, pero de la Real Sociedad. Y seguiré siéndolo aunque esté en segunda división", avisa. Pero el entorno espeso y fresco de San Sebastián tuvo influencia decisiva en su interés por el ecologismo.
En lugares como el monte Urgull y el evocador Cementerio de los Ingleses, "con sus tumbas cubiertas de musgo y tal", Juantxo y sus amigos jugaban al churro ("chorro, morro, pico, tallo, qué", recuerdan sus dedos), mientras les crecía un nosequé dentro.
"El ocio en el País Vasco esta vinculado a la montaña y el mar. Eso crea sensibilidad hacia la naturaleza porque estás en contacto con ella. Sin ser rural, es un medio natural. Yo no entendía que, si el planeta se estaba destruyendo, qué sentido tenía hacer otra cosa que no fuera luchar contra eso. Y a eso me dediqué".
"No soy un padre ejemplar: la niñez está para disfrutar, jugar y vivir"De los ideales verdes a ser detenido por la Policía, parece, hay sólo un paso. Es por todos conocidos el episodio en que Juantxo se encadenó a unos bulldozers del Icona en la Sierra de Guara cuando todavía vivía en casa de sus padres.
"Acabó en juicio y me pedían 500.000 pesetas, así que tenía a todos mis hermanos compinchados para que, si llegaba una citación judicial, no se enterara nadie", recuerda.
Hasta entonces, no había sido precisamente un trasto: colegio privado, buenas notas, "tirón popular" en el instituto y "lo suficientemente ligón, aunque no practicaba la promiscuidad". Fue delegado de clase y "en la Universidad montamos una organización ecologista dentro de la Escuela de Agrónomos, con cierto liderazgo. Asumimos una actividad muy marginal, el ecologismo en los años ochenta, y éramos unos outsiders. Pero no recuerdo exactamente cuántas veces me han detenido". ¿Alguna por motivos ajenos al activismo? "Mmmmmm, no", ríe.
"En la universidad fuimos outsiders: el ecologismo era muy marginal en los 80"Juantxo dejó de utilizar la bici para moverse por Madrid precisamente después de que se la robaran en la Universidad. Hoy va a currar en autobús. "Podría venir en Metro, pero por las mañanas prefiero ver la luz y la gente. La bici me da miedo usarla en la ciudad, aunque sigo haciéndolo en mi tiempo de ocio".
La última vez que visitó un zoo fue en Nueva York, donde vio osos polares en Central Park, algo que no le gustó demasiado. ¿Y al circo? "El Circo del Sol, y ahí no hay animales, por suerte". Juantxo cree en Gaia y en que la Tierra y toda la vida se comportan como un único organismo vivo.
En su intimidad más doméstica, Juantxo se gasta unos 300 euros en hacer la compra (cada tres semanas), saca a pasear a su perra, que en realidad es de su hija, y no se considera padre ejemplar porque "la niñez es para disfrutar, jugar y vivir. Ya vendrá el tiempo de apretar". Aunque procura evitar llevarles al McDonalds.
Oye, ¿y puede un ecologista creer en la domesticación? "Lo que más me molesta son los hombres domesticados. La domesticación de la sociedad. Cómo tragamos lo que nos venden sin espíritu crítico. Los animales nos han acompañado en el desarrollo desde hace milenios".
En la lista roja, la de cosas que no le gustan, están las películas catastrofistas y la cultura de usar y tirar. Y detesta ver la calle Preciados en Navidad como si fuera Benidorm en agosto, así que este verano "no me busques en una playa si hay que hacer un hueco para la toalla. No me gusta tomar el sol. Prefiero que salga nublado".
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