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Más que naturaleza en Costa Rica

Con más vigor que en ninguna otra parte, en la provincia de Guanacaste pervive la cultura tradicional campesina de Costa Rica.

ÁNGEL M. BERMEJO

Costa Rica es conocida en todo el mundo por su impresionante riqueza natural, preservada por una red de parques nacionales y bajo otras formas de protección que cubre más de una cuarta parte de su territorio. Para los visitantes extranjeros el país es sinónimo de ecoturismo.

Pero también existe una Costa Rica tradicional, campesina, que en gran medida vive ajena al boom del ecoturismo. Es la que da vida al rico folclore centroamericano, que se aprecia en sus bailes, en sus canciones, en su artesanía. Sumergirse en esta cultura popular es el complemento perfecto a parques nacionales y playas para hacerse una idea cabal del país. Uno de los mejores lugares para conocerla es la península de Nicoya, en el noroeste, a orillas del Pacífico.

Esta región es la esquina más seca de Costa Rica, y por eso mismo es la más propicia para los asentamientos humanos y las explotaciones ganaderas, que han florecido desde los tiempos de la colonia. La pieza central de este proceso es el sabanero -el vaquero, el trabajador de las estancias ganaderas-, que es el personaje característico de la cultura popular local. Todo el folclore de la zona, sus bailes y canciones, sus ferias y rodeos, gira en torno a su forma de vida.

Para vislumbrar su mundo la mejor puerta de entrada es Liberia, la capital de la provincia de Guanacaste. Es el corazón de la zona ganadera y vive todavía a su propio ritmo. Al pasear por sus calles o por la Plaza Central, uno encuentra esas escenas de la vida diaria que ya han desaparecido en los centros turísticos más importantes del país.

Liberia es la ciudad con más personalidad de toda Costa Rica y en las calles de los alrededores hay numerosas muestras de su peculiar arquitectura tradicional. Las casas tienen muros de madera o de piedra blanca, tejas rojas y dos puertas, una a cada lado de las esquinas, con lo que generan corrientes de aire que refrescan el interior. El Museo del Sabanero, en el que se rinde homenaje a esta figura popular, está ubicado en una de las construcciones más representativas de este estilo arquitectónico centenario.

Liberia queda de camino hacia las mejores playas de todo el país, ya que son las únicas de arena blanca. Si a ello se une la bondad del clima, menos lluvioso que en otras partes, no resulta extraño que en esta zona se concentren las tres cuartas partes de las plazas hoteleras de Costa Rica. La zona del golfo de Papagayo, de Bahía Culebra, y las playas de Flamingo, Conchal, Tamarindo y Hermosa atraen decenas de miles de visitantes.

Al recorrer la zona hacia una playa no será extraño encontrarse con destellos de la vida tradicional de la zona. Los sabaneros, con el porte de los mejores protagonistas de un western, conducen manadas de cebúes gibosos de regreso a la estancia. En las aldeas, grupos de personas conversan a la sombra de un guanacaste, el árbol nacional que da nombre a esta provincia, completamente ajenos a las prisas. Los jacarandáes de flores violáceas alegran las calles por las que circulan lentamente las carretas y las bicicletas.

Tampoco será difícil coincidir con un rodeo. Es la fiesta típica de la cultura sabanera y en ella el hombre puede mostrar su pericia con los caballos y su coraje al montar un toro salvaje. La fiesta se anima varias horas antes y la música domina el ambiente. Los sabaneros, con sus camisas bordadas, montan orgullosos sus caballos enjaezados que marcan el paso de forma precisa. Las gradas del coso se llenan de espectadores y justo con la puesta de sol empieza el espectáculo. Los jinetes lucen sus habilidades con el lazo y los más jóvenes montan toros a pelo. Durante unas horas se puede vivir el ambiente de la Costa Rica más auténtica.


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