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Los mejores 100 días desde el 'New Deal'

Barack Obama ha demostrado estar a la altura de las expectativas y por encima de sus contrincantes

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Cien días es un baremo bastante artificial para juzgar a un nuevo presidente. Franklin Delano Roosevelt tiene la culpa. Es el plazo que se dio en 1933 para lanzar la primera andanada del New Deal. Y desde entonces es la medida oficial. Medida que Barack Obama ha rebasado con creces.

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El marasmo económico, dos guerras impopulares, un ambicioso programa de reformas y el nefasto legado de Bush han hecho del 44º presidente una figura omnipresente en la vida de los estadounidenses.

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Este miércoles, al cumplir cien días en el poder, Obama tiene la jornada perfectamente coreografiada: discurso tipo Tengo una pregunta para usted en Missouri y nueva conferencia de prensa en televisión, en horario de máxima audiencia.

Es su estrategia: recalibrar constantemente su gestión en sus discursos, destinados a tranquilizar a un país en crisis y arropar en un manto de intenciones lo que a veces parecen decisiones improvisadas. De momento, funciona.

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"Lo más importante es que está dispuesto a enfrentarse a las cosas directa y profundamente", subrayaba Joe Klein en Time. "Esté uno de acuerdo o no con él, crea uno que es demasiado ambicioso o que está totalmente equivocado, su presidencia es la más seria que hemos tenido en mucho tiempo". Por eso cuenta con un 73% de aprobación personal y un 63% de apoyo a su política.

Obama no para. Habla todos los días y su agenda es un maratón. La semana pasada recibió a Abdala de Jordania, regañó a los presidentes de las compañías de crédito, viajó a Iowa, conmemoró el Holocausto y cambió tres veces de opinión sobre los informes de la CIA.

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Mientras, su equipo luchaba con los republicanos por aprobar un presupuesto que desencadenará una nueva batalla política, sopesaba un plan de suspensión de pagos para Chrysler y se reunía con los grandes bancos de Wall Street para informarles de la batería de pruebas a las que serán sometidos para valorar su salud financiera.

Pero es mucho más que una actividad frenética. También hay parte de adoración.

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La obamanía roza el culto de la personalidad. Entrar en una librería es quedarse atónito ante la cantidad de libros que genera. Incluso se vende un recortable a la antigua que viste y desviste a la familia presidencial. Corren ríos de tinta y horas de antena sobre el perro, el huerto biológico de Michelle, sus modelitos, sus brazos musculosos... Ya nadie se acuerda, ni menciona ni debate el hecho de que en la Casa Blanca vive el primer presidente negro. No hay tiempo de acordarse.

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