Este artículo se publicó hace 16 años.
Miquel Barceló asegura que no quiere pasarse la vida "haciendo obras faraónicas"
Pintar es para él como perder el tiempo, algo subversivo y regido por el caos, pero le inquieta "pasarse", por eso Miquel Barceló puso el "the end" a su obra en la cúpula de la ONU en Ginebra y lo hizo con euforia casi olvidada porque ya anda en "otras cosas". "No quiero pasarme la vida haciendo obras faraónicas", declara en una entrevista concedida a EFE.
Ha empleado 13 meses de su vida, 35.000 kilos de color, toneladas de un producto desarrollado expresamente para simular estalactitas y olas, "tergiversado" herramientas y objetos y exprimido todas las posibilidades que se le han ocurrido para dotar a la Sala XX del Palacio de Naciones Unidas de una cúpula "orgánica, casi fisiológica" que inaugurarán los Reyes el 18 de Noviembre.
Sobrevivir al proceso y conseguir lo que quería le provocó, cuando decidió terminar, una "euforia" que le duró varios días, pero, precisa, "ya estuvo" contento y ahora está "en otras cosas" como una exposición de "cefalópodos" a finales de mes en Londres.
"Me divertí mucho en Ginebra pero tuve que terminar porque no quería que el placer que me producía pintar de esa manera me confundiera", aunque admite que la obra aún "le persigue" porque piensa que "quizá" debería haber estado una semana más, que "quizá" se "pasó" con los colores...
"Hay un montón de interrogantes y tengo curiosidad por ver qué ocurre. Estoy más seguro de mis cuadros de hace diez años que cuando los empecé a pintar. También desconfío de la primera impresión. La segunda mirada es menos sorprendida, más justa", revela.
Lo que más le gusta "de" y "en" la vida es ir a su taller, de Mallorca, Mali o París, "sin tener ni idea" de lo que va a hacer.
Su pintura, dice, es "un caos organizado", dominado por lo aleatorio, por un juego con el azar que parece que "le obedece", aunque siempre le pilla trabajando.
"Para mí -aclara - pintar siempre ha sido lo más parecido a perder el tiempo. Es como estar dibujando en clase cuando deberías estar aprendiendo matemáticas. Es algo subversivo, un acto de resistencia".
"Lo de los grandes proyectos" -como el que hizo para la catedral de Mallorca- le complace pero "moderadamente". "No quiero pasarme la vida haciendo mega proyectos ni grandes obras faraónicas. Me gusta mucho hacer una obra tan pública como ésta pero no es mi ambición dedicarme a esto. Ya he hecho dos o tres y ya está bien", aunque reconoce a regañadientes que es probable que "caiga" alguna más.
Sus cuadros "salen al mundo" cuando reúne un grupo de obras que quiere enseñar. "Últimamente -reflexiona- se habla mucho de la especulación en el arte y a mi me asombra que sus precios parezcan pornográficos y no se hable del petróleo o de los terrenos".
Por eso le "admira" la curiosidad que hay por saber lo que ha costado su trabajo en la ONU. "La cúpula en sí -se defiende- es una parte menor de todo el tinglado" de reforma de la sala.
Barceló se comprometió además a supervisar la renovación de toda la dependencia "para que no se metiera la pata". Desvela que es "todo muy claro, casi blanco" y que aún está intentando cambiar las puertas porque son "muy de las películas de James Bond" y "no pegan" con su intervención y que además falta rematar la iluminación.
Dice que la ONU, que "tanta paciencia" ha tenido con él, es "muy saludable", "un invento que funciona con sus casi 100 años" al que sólo pone el "pero" de que debería representar a etnias como los dogones, sus amigos de Mali, varios de los cuales tuvieron el privilegio de ser de los primeros en ver su obra acabada.
"Estaban emocionadísimos. Su opinión es siempre sorprendente. Es gente muy perspicaz y tiene opiniones muy curiosas y extrañamente sofisticadas. Pillaron enseguida que la cúpula cambia dependiendo de dónde la mires y uno de ellos se tumbó inmediatamente para verlo, sin que nadie le dijera que esa es la mejor manera de apreciarla".
De hecho, el pintor barajó la posibilidad de colocar "una gran cama redonda, un tatami", para permitir al público verla tumbados, pero también le gusta mucho la idea de que la gente estará en esa sala, que a partir del día 18 se llamará de los Derechos Humanos, "para trabajar, para tener reuniones y tomar decisiones. Ojalá -desea- tenga una influencia positiva en ellos".
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