Este artículo se publicó hace 17 años.

Mobbing rural

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Euskadi cuenta con una ambiciosa normativa, pero su aplicación no satisface al sector
La actividad en las zonas rurales en Euskadi está controlada por una compleja regulación. A las normativas propias del Gobierno vasco, se suman las emanadas de las diputaciones de Vizcaya, Guipúzcoa y Álava, e incluso de los ayuntamientos. El celo por la conservación del sector se remonta a muchos años atrás, pero se renovó de alguna forma en 2004 con la modificación del Plan de Desarrollo Rural Sostenible, sujeto a la Ley de Desarrollo Rural, aprobada en 1998. “Las viviendas rurales constituyen un elemento diferenciador del paisaje agrario y se encuentran amenazadas por la reducción de la actividad agraria tradicional”, constata el plan en el epígrafe que dedica a la conservación del entorno del caserío.

Este documento advierte también de la notable disminución durante las últimas décadas del número de explotaciones y de sus consecuencias: “Está suponiendo importantes variaciones en la estructura paisajística”. Y para frenar esta tendencia depresiva e impedir que el caserío se convierta en una mera residencia, el Plan contempla un pródigo capítulo de medidas con “requisitos de obligado cumplimiento” para agricultores y ayudas para “propiciar el progresivo relevo generacional”.

Este plan y la propia Ley de Desarrollo Rural que lo sustenta son en teoría los pilares para garantizar el futuro del sector rural, pero la realidad es otra bien distinta para el sindicato agrario EHNE. Mikel Cormenzana, miembro de su Ejecutiva, afirma que las regulaciones son “muy buenas, pero en la práctica no se aplican”.

No obstante, una de las principales quejas del sector en Euskadi es la falta de un Plan Sectorial Agroforestal. “Lo tienen guardado en el cajón desde hace 20 años”, critica. En este tiempo, en cambio, se han aprobado los planes territoriales sectoriales eólico, ferroviario o de carreteras, entre otros. “¿Por qué no el agroforestal?”, se pregunta Cormenzada: “Porque utilizan la tierra para especular. Se ocupa sin problemas tierra agraria con polígonos, infraestructuras y vivienda”.

Otras cuestiones que denuncia EHNE es el desvío de fondos agrícolas para hacer bibliotecas, centros de sanidad o carreteras en zonas rurales, “cuando esas partidas deberían salir de los presupuestos de Cultura, Sanidad u Obras Públicas”, o el “parón” del plan de jóvenes agricultores, “La mayoría de las medidas no se aplican”, zanja.  Guillermo Malaina Comercio con justicia José Antonio H. del ToroIntermón Oxfam 
Dedicarse a la agricultura requiere mucho valor, porque significa asumir el riesgo de poner un negocio al aire libre. Una actividad que es de vital importancia, porque todas las personas dependemos de ella para alimentarnos. Además, las relaciones entre agricultura y pobreza son especialmente estrechas: el 95% de las personas que viven en el medio rural lo hacen en países en desarrollo, y dos de cada tres personas pobres viven de la agricultura. Esta vulnerabilidad explica la necesidad de ofrecer una protección especial a quienes viven de la agricultura. Pero la equidad exige que la políticas agrarias apoyen más a los más vulnerables. ¿Es equitativo que menos del 18% de los perceptores de ayudas en España, los más grandes propietarios, acaparen el 76% de las ayudas agrarias europeas, mientras 37.000 explotaciones familiares desaparecen cada año? ¿Es justo que el sistema de ayudas europeo siga subvencionando las exportaciones agrarias, con el efecto devastador que esto tiene para los países pobres? ¿Es justo el “libre comercio” a la europea, que exige desarme arancelario y desprotección de los sectores agrarios en los países pobres (como el que intenta imponer la UE), mientras se mantienen las barreras proteccionistas? Creemos que sigue haciendo falta un comercio con justicia.

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