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Dos mujeres enfrentadas al amor desde la fatalidad y el embrujo

EFE

El programa doble ofrecido hoy por el Palau de les Arts de Valencia ha contrapuesto dos tipos de mujeres, las que se enfrentan al amor desde la fatalidad o desde el embrujo, con coreografías subyugantes firmadas por Goyo Montero.

Con dirección musical de Omer Meir Wellber, que se metió por primera vez en la piel de la música de nuestro país, el programa ofrecía dos obras representativas de la música "nacionalista" española del tránsito del siglo XIX al XX: La vida breve y El Amor Brujo, de Manuel de Falla.

En vísperas de la celebración del Día Internacional de la Mujer, las dos obras tienen como protagonistas a la mujer gitana: una de ellas (Salud, en La vida breve) despechada porque su novio, un señorito andaluz, la ha dejado por una joven de clase alta; la otra (Candelas, en El amor Brujo), que, mediante un conjuro, consigue recuperar al novio que le ha engañado.

De las dos obras (ambas producciones propias del Palau de les Arts), el estreno de hoy correspondía a El amor brujo, con dirección de escena y coreografía a cargo de Goyo Montero, que presentó un escenario abstracto, con formas geométricas que se abrían y cerraban para dar paso a cada una de las danzas.

Con una iluminación en la que, sobre fondo negro, se alternaban los rojos y los azules, Sara Calero (Candelas), Primitivo Daza (gitano), Carolina Pozuelo (amiga) y Fermín Calvo de Mora (novio), se desenvolvieron con elegante expresividad, excelentemente acompañados por la cantaora Esperanza Fernández.

Previamente se escenificó La vida breve, una reposición de la producción estrenada en 2010, con la soprano chilena (pero con residencia en Valencia) Cristina Gallardo-Domas como una arrebatadora Salud, la gitana protagonista.

Los tres paneles móviles del decorado y la fuerte iluminación en rojo intenso reforzaban el drama psicológico de los personajes, perseguidos por la fatalidad y la muerte.

Bajo la premisa de "mejor morir que penar", Gallardo-Domas plasmó el desasosiego de la protagonista, muy bien arropada en sus angustias vitales por la mezzosoprano María Luisa Corbacho, la temperamental abuela.

De la dirección de escena y escenografía (minimalista, con sólo unas sillas de enea sobre el escenario) sólo hay que objetar a Giancarlo del Mónaco la discutida llegada de la cantaora a la fiesta (como un Cristo crucificado) y que la protagonista no muera de pena (como figura en el libreto) sino a manos de su novio.

En su primera incursión en la música española, Omer Wellber ofreció una lectura dinámica de ambas obras, identificándose de tal forma que hasta sus manos, en algunos momentos, adoptaban los gestos del baile flamenco.

En El Amor Brujo, Wellber alternó las labores de dirección con piano, en una actuación que, al igual que en La Vida Breve, fue muy aplaudida por el público.

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