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Muñoz Molina rebusca en los bolsillos de la historia

La nueva novela del escritor es un relato sobre la pasión y el derrumbe de la normalidad en la Guerra Civil

PEIO H. RIAÑO

Una novela se escribe con lo que se toca. Lo que se toca es la memoria, es la verdad y es el tiempo. Una entrada de cine, un folleto con las normas para viajar en un transatlántico, el recibo de una comida rápida en una cafetería, 'una hoja de calendario que tiene una fecha exacta en una cara y en la otra un número de teléfono garabateado a toda prisa', una caja de cerillas, un lápiz de labios El escritor mete las manos en los bolsillos de su personaje, busca y rebusca, y encuentra el dolor, encuentra las esperanzas, las ilusiones y la pasión que le mueven como a un pelele.

En los objetos halla Antonio Muñoz Molina el alma de las personas, la precisión del relato y la credibilidad de los hechos en su nuevo libro La noche de los tiempos (Seix Barral), el libro 'que siempre quiso escribir', como aseguró ayer en la Residencia de Estudiantes su coeditor Pere Gimferrer. 'En los bolsillos te das cuenta de que está la barrera misma del tiempo', confirmó el propio autor. En la novela Muñoz Molina (Úbeda, Jaén, 1956) cuenta que el alma de las personas no está en sus fotografías, sino en las 'cosas menudas que tocaron'.

'Las novelas no son un propósito. Escribir es saber dejarse llevar'

Varios asuntos destacan de este generoso libro, que soporta bien sus casi 1.000 páginas: en primer lugar, la inserción de la voz del propio narrador en el relato, explicando la cocina de la creación. Como apuntaba la coeditora Elena Ramírez, 'cuando tenía más de 500 páginas cerradas, encontró la solución de su voz y volvió a empezar de nuevo'. 'No sabía si honradamente se podía ambientar una novela de una época que no he vivido', señaló Muñoz Molina. Así fue como legitimó su presencia en unos hechos que no había visto, incorporando su propia incertidumbre según construía el relato.

'Sin la voz del narrador esta novela no existiría, porque resuelve un problema técnico muy grave: el de dar información al lector, pero sin artificios propios de la novela histórica. Cuando se me ocurrió, me excitó mucho', lo cierto es que esas entradas y salidas de la voz del autor en el relato están muy medidas.

'En los bolsillos de los personajes está la barrera misma del tiempo'

Dice que una cosa lleva a otra, que no era consciente de estar haciendo una novela 'tan gorda', pero ya tiene un libro de este tamaño, volumen imprescindible para triunfar en su tan deseado mercado estadounidense. Fue precisamente en Nueva York donde vio uno de los corazones de esta novela: la civilización es muy frágil. Él estaba allí el 11-S y vio cómo la normalidad se derrumbó, y su personaje estaba en Madrid cuando estalló la Guerra Civil: 'La democracia nos acostumbra a la normalidad, pero es preferible aburrirnos democráticamente a saber qué es una guerra. Es mejor que no nos pongan a prueba'.

El tono que ha conseguido el escritor es fruto de varios atrevimientos que se agradecen en un autor hecho y derecho, torciéndose de vez en cuando ante la necesidad de contar, como es la sucesión, uno tras otro, de cientos de titulares aparecidos en la prensa a lo largo de una semana. 'Ese descubrimiento fue para mí extraordinario. Sentí una efervescencia física sacando esas informaciones absurdas. Recuerdo que llamé por teléfono a un amigo y se lo leí', cuenta notablemente excitado.

'Las novelas no son un propósito. Escribir es saber dejarse llevar'

Otro aspecto reseñable de La noche de los tiempos es fruto del anterior, y es el propio escritor el que lo apunta en el libro: 'Importa la precisión extrema. Nada real es vago'. Ese rigor es el que le ha llevado a poder contar una historia real, con personas de verdad, bajo el poder de la ficción. Todo, incluso los archivos y las fuentes primarias históricas a las que ha acudido, todo, está dominado por la ficción. Porque la novela ha vuelto a la vida de Antonio Muñoz Molina. Después de un tiempo flirteando con otros géneros, la lectura de Vida y destino, de Vasili Grossman, le devolvió 'el amor por la novela'. 'Gracias a la novela podía usar muchos puntos de vista, porque el mundo está hecho de muchas miradas y muchas historias' y es cierto que el color es infinito.

De la boca del autor salen otras referencias: Arturo Barea y La llama, Manuel Chaves Nogales y A sangre y fuego, o las memorias de Jaime Salinas. De todos ellos se ha acercado a lo trivial, que es la salsa de la verdad, y con ello ha construido su 'castillo de naipes; porque la apariencia de solidez de la novela, en realidad, es muy precaria', aclara el autor para mostrar las debilidades del escritor sin planes, que se deja llevar por la historia y el inconsciente. 'Las novelas no son un propósito. Escribir es saber dejarse llevar'.

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