Este artículo se publicó hace 14 años.
Un museo vienés disecciona la obra cumbre de Vermeer, "El arte de la pintura"
Pintar la pintura. Esa es la alegoría de uno de los lienzos más misteriosos de la historia: "El arte de la pintura" de Johannes Vermeer, al que el Museo de Historia del Arte (KHM) de Viena somete ahora a una auténtica "disección" a través de una exposición.
La muestra monográfica sobre la obra pintada entre 1666 y 1668 analiza hasta el 25 de abril la iconografía del cuadro, los materiales y la técnica que utilizó el "maestro de la luz", y acompañan las explicaciones otras obras inspiradas en ella.
"No sólo ha inspirado a pintores, sino también a escultores y a cineastas como Peter Greenaway", aseguró Sabine Haag, directora del KHM, el museo que posee el cuadro, y que no dudó en calificar la pieza como "única".
Así, la muestra expone obras de artistas del siglo XX como Salvador Dalí, una escultura de la holandesa Saskia de Boer, junto a películas del británico Peter Greenaway y de la austríaca Maria Lassnig, entre muchos otros trabajos.
En el cuadro se muestra como un artista de espaldas pinta un lienzo mientras una joven posa como modelo imitando a la musa de la historia, Clio, en una escena que atesora toda la magia de la obra de Vermeer (1632-1675) y que muchos consideran su testamento artístico.
El lujoso interior se abre con un cortinaje a la izquierda, otorgando al espectador la sensación teatral de estar contemplando la escena.
Una lámpara y un mapa de los Países Bajos, similares a los que aparecen en el cuadro, se pueden ver también en la exposición, dando una dimensión más real a toda la composición.
La obra está además envuelta por la polémica. Era uno de los cuadros favoritos del dictador nazi Adolf Hitler, que ordenó hacerse con él en 1940, en plena II Guerra Mundial, y los descendientes de los propietarios han solicitado su restitución denunciando que se trató de una venta forzada.
El propio Vermeer amaba el cuadro y lo expuso a la entrada de su taller como la demostración más evidente de su talento y de lo que un cliente podía aguardar de sus pinceles.
Cuando murió endeudado a los 43 años, su viuda trató de evitar por todos los medios que sus acreedores se hicieran con el cuadro, pero todo resultó inútil.
El cuadro pasó así de mano en mano y con el tiempo se adjudicó de forma errónea su autoría, hasta 1860, al también holandés Pieter de Hoochs (1629-1684).
En 1813 la obra fue adquirida por el conde austríaco de Czernin sin saber que era un Vermeer. Uno de sus descendientes, Jaromir Czernin, se lo vendió a Hitler por 1,6 millones de marcos, bastante menos de los dos millones que solicitaba.
El dictador deseaba que el cuadro fuera una de las obras principales de su museo personal en Linz, un proyecto que fracasó, pero que dejó en el reverso del cuadro una cicatriz: el número 1096 del inventario nazi.
El conde, casado con una judía, tuvo que acceder a la venta en 1940 para asegurar el futuro de su familia, según el abogado de los anteriores propietarios, que reclaman ahora el cuadro.
Al acabar la II Guerra Mundial el cuadro pasó a propiedad estatal.
La obra, la de mayores dimensiones de Vermeer, adquiriría en la actualidad un precio estratosférico, y más teniendo en cuenta la escasez de las obras del artista en el mercado.
Las reclamaciones de restitución presentadas durante los años 60 fueron rechazadas porque la venta fue voluntaria y por un precio que se estimó apropiado, subrayó hoy Karl Schütz, jefe de los fondos pictóricos del KHM.
Entre los descubrimientos de la muestra se resalta la detección de un nuevo punto de fuga a la derecha, y la ratificación de que dominaba el uso de la perspectiva.
Otra de las polémicas, si dibujaba asistido por una cámara oscura, tampoco se ha podido confirmar, aunque se ha expuesto en la muestra como funcionaban esos artilugios.
También se ha podido ahondar en el conocimiento de la fragilidad del cuadro, muy afectado por los viajes debido a una gira por 21 ciudades de EEUU y Europa entre 1946 y 1954.
Además del uso de materiales que se degradan con el tiempo, la propia técnica del artista, sus pinceladas, han sido la causa última del deterioro de algunos colores, sobre todo el verde de los paños expuestos sobre la mesa.
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