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No vaya a este museo si está dejando de beber

ÁNGEL MUNÁRRIZ

La existencia de un museo dedicado al anís puede parecer una concesión a la trivialidad, o incluso a la extravagancia, pero en términos estrictamente estadísticos es irreprochable. El número de españoles dados en mayor o menor medida al anisete ha sido, es y seguramente será muy superior a la cantidad de diletantes aficionados a las sutilezas de la pintura o la escultura, eso pocos lo podrán discutir. En cambio, frente a los centenares de pinacotecas y galerías que estos disfrutan, el anís ha sido injustamente olvidado. Esto parecerá una broma. Y se dirá que no es lo mismo un Miró o un Picasso que una botella de Gallito. Y es bien cierto. Pero cuidado. Porque con poco que conozcamos el paño descubriremos que el anís es mucho más que un copazo. Es un licor con arte, por así decirlo, no en vano gigantes de las letras le han dedicado frases elogiosas (estando, es de suponer, perfectamente sobrios). Algunos ejemplos. Valle Inclán: "Una copa de Rute es la bebida elegante". Alberti: "Rute es la patria del aguardiente puro". Y Cela: "El anís de Rute es una institución que merece la pena conservar".

Si tanta glosa no es gratuita, el anís merece su museo. Y lo tiene. Está, por supuesto, en Rute, en la Subbética. La producción artesanal de anisados y aguardientes se inicia allí a mitad del siglo XVII. El pueblo llegó a tener cien destilerías. Quedan cinco: cosas de la concentración el pez grande se come al chico, en este caso se lo bebe, cierta caída de la demanda y la crisis. El Museo del Anís es responsabilidad de una de estas empresas que conservan la tradición anisera, Destilerías Duende, que lo abrió en 1994 en sus antiguas instalaciones, de 1908. Hay antiquísimos alambiques todavía en uso, leña de olivo para alimentar los fogones, medidas, embudos, garrafas, bandejas, sacacorchos, toda suerte de utillajes de siglos pasados... "Y el olor", cuenta Anselmo Córdoba, el gerente. "Eso es esencial, lo más bonito. Huele a anís". Si está dejando de beber, mejor no pise este museo, donde la tentación entra por varios sentidos a la vez.

Un siglo de botellas

Hay además una sala de maceraciones. Ahí destacan las tinajas vidriadas de barro en las que se maceraba todo tipo de licores: anís y brandy y ponche y licor de hierbabuena. Las vitrinas guardan infinidad de botellas que son un repaso por el siglo XX y lo que llevamos del XXI. Botellas de anís Bombita, Zurito, Gaona, Gallito. Las marcas suelen ser nombres de toreros o de políticos, de mujeres, de especies animales: La Española, La Ruteña, Lerroux... "Hay muchas evocaciones al ambiente nocturno español. Al toreo, a la política, al flamenco, a la mujer también", explica Córdoba. Ese es el campo semántico del museo. Es evidente cuáles eran (y en buena medida son) los temas de conversación preferidos del personal cuando se sienta a beber.

La visita al museo es gratuita. Por un euro, el visitante puede realizar además una visita completa por las instalaciones de la destilería.

Y sí, hay sala de degustaciones.

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