Este artículo se publicó hace 15 años.
"No hay razones para sonreír"
No es fotogénico. No le gusta posar. Se siente incómodo ante las cámaras. No le agradan las fotos. No le gusta que le reconozcan por la calle. Es uno de los empresarios más importantes de España, pero no tiene ningún afán de protagonismo. Sólo se pone una vez al año ante los objetivos y, si por él fuera, probablemente no lo haría nunca.
Isidoro Álvarez es el presidente de El Corte Inglés, el primer grupo de grandes almacenes de Europa y el segundo del mundo, pero es casi un desconocido para el españolito de a pie. Su modo de actuar es muy similar al de Amancio Ortega, el dueño de Inditex (Zara), cuya imagen fue una auténtica incógnita hasta que, obligado por las circunstancias, tuvo que aceptar que se publicara su fotografía cuando la compañía salió a bolsa.
Que no le guste ser famoso no quiere decir que Isidoro Álvarez viva escondido en una burbuja. Es habitual verle paseando un sábado o un domingo por los centros de El Corte Inglés en Madrid. Le gusta revisar si los artículos están correctamente ordenados y si los clientes están bien atendidos. Los empleados ya conocen esta costumbre (lo que no evita el revuelo cada vez que aparece) y conversan habitualmente con él. Le cuentan cómo van las cosas. Es un empresario de los de antes: los que creían que había que vivir el día a día del negocio para que la compañía tuviera éxito.
Pero hay un domingo al año en el que Isidoro Álvarez no pasea por las tiendas como uno más. El último domingo de agosto está obligado a ponerse ante las cámaras. Es cuando se celebra la Junta anual de Accionistas en la Fundación Ramón Areces (presidente de los grandes almacenes durante casi 30 años y sobrino del fundador).
Ataviado siempre con un traje oscuro y corbata negra, el empresario se planta ante los fotógrafos y cámaras de televisión. Alguien del grupo le sugiere dónde debe colocarse y allí espera durante un par de minutos a que le tomen todas las imágenes con las que se nutrirán los medios de comunicación el resto del año.
La imagen se ha repetido cada año desde que en noviembre de 1995 tomó las riendas del grupo. Pero no consigue acostumbrarse. Se le nota deseoso de que acabe cuanto antes. También se repiten las peticiones de los fotógrafos, que le reclaman que se coloque de tal o cual forma, pero que nunca consiguen sacarle de su rostro serio, sus pies casi juntos y sus brazos estirados. Si quieren algo de originalidad, tienen que hacer maravillas cuando llega o se va, que es cuando está menos tenso.
En el pase de ayer, los fotógrafos congregados no faltaron a la costumbre y le reclamaron una sonrisa. "Señor Álvarez, una sonrisa, por favor". Este año tampoco lo consiguieron, pero en esta ocasión alguien del grupo explicó por qué, casi sin querer: "este año no hay razones para sonreir".
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