Este artículo se publicó hace 15 años.
El Nobel de Química afirma que "el Real Madrid interesa más que nada que podamos descubrir"
Conseguir el Nobel es el máximo honor para un químico, una especie con ejemplares como la israelí Ada Yonath que, tras arrojar luz -rayos X en concreto- sobre el mapa atómico del ribosoma, asume que eligió una profesión anónima. "El Real Madrid interesa más que nada que podamos descubrir", explica.
"No sé cómo un ciudadano normal puede entender el ribosoma. También hay cosas que el ciudadano normal entiende y que yo no", reconoce Yonath, que asegura que para ella el ribosoma, en complejo supramolecular que sintetiza las proteínas de las células, es como si fuera un "gadget", "una maquinita con la que jugar".
Yonath es la cuarta mujer que gana un Nobel de Química en toda la historia de estos premios que entrega la Real Academia de las Ciencias de Suecia. Es, además, la segunda que no es miembro de la familia Curie y una de las dos premiadas no estadounidenses de esta edición junto a Herta Müller.
Hoy decidió explicar su hallazgo -que le hace compartir honores con los estadounidenses Thomas A. Steitz y Venkatrman Ramakrishnan- con un singular título para su charla: "Osos polares, carreteras sin asfaltar y subir al Everest".
Esta química, nacida en Jerusalén en 1939 y proveniente de una familia humilde, desarrolló pronto una curiosidad que, tras un accidente en bicicleta por un camino pedregoso, le hizo pensar cual epifanía en que si los osos polares hibernan es porque son capaces de generar vida dentro de sí durante todo ese periodo de letargo.
Su Everest, en cambio, era el poder demostrarlo empíricamente a través de la cristalografía de rayos X, una tarea considerada en 1970 imposible. "No traté de convencer a nadie, sólo a aquellos que tenían que darme dinero", bromea.
Para demostrar su teoría rompió otra paradoja: buscó vida en el Mar Muerto. Es decir, el "geobacillus stearothermophilus", un microorganismo que devora los peces que llegan del río Jordán y que sobrevive a las condiciones de extrema salinidad.
En ellas, no sólo la teoría de la selección natural de Darwin llega a la misma vez a su máxima -por selección radical- y a su mínima expresión -por tamaño-, sino que esos microorganismos toleraban la cristalización en la propia sal tras la evaporación del agua.
Llegados a ese punto, todavía imperfecto, tuvieron que pasar años, entrar en escena sus colegas Steitz y Ramakrishnan y los avances en óptica del sensor CCD -Nobel de Física curiosamente este año-, para llegar, en 2000, al Eurekara: el mapa atómico tridimensional del ribosoma.
Con él, Yonath, Steitz y Ramakrishnan han conseguido enseñar al mundo el patrón que sigue el ribosoma que transforma la información genética del ADN en proteínas y, por tanto, en vida.
La utilidad inmediata e "inesperada" es la médica, "aunque todavía está por demostrar", insiste Yonath. Al conocer cómo se crea vida en una célula, también se puede invertir el proceso y atacar la de las bacterias multirresistentes, por lo que el mapa atómico del ribosoma puede ayudar a realizar antibióticos más precisos y eficaces.
"Quizá en 20 años, después de 20 meses o 1 mes, algunos de estos descubrimientos se conviertan en algo útil", argumenta. "Hemos encontrado algo muy importante médicamente, pero no para la industria farmacéutica", se lamenta.
"Los antibióticos no dan dinero", prosigue. "Es mejor encontrar algo que se tenga que tomar durante cuarenta días. Los antibióticos en cuatro o siete días ya te han curado e incluso te hacen más fuerte al cabo de unos meses", ironiza.
Pero, en cualquier caso, se desentiende del uso negativo que se haga de su hallazgo: "Cuando Newton estaba debajo del árbol y le cayó la manzana, no sabía que sus teorías sobre la gravedad serían utilizadas para diseñar misiles".
"No sabemos todo, al menos no todavía. Y, desde luego, la magia no existe", explica.
El Nobel, en cambio, sí ha traído a Yonath cambios inmediatos. "Uno maravilloso. Mi casa se llenó de flores y de cartas. Otro más aburrido: mi vida se llenó de periodistas", sentencia.
"Pero mi vida sigue. Seguiré con mi trabajo en el instituto (de Ciencias Wiezzmann de Rohovot, Israel). El trabajo científico da una satisfacción intelectual que es realmente divertida, en contra de lo que la gente crea. Y siento que si hago lo que me llena, entonces puedo ser mejor persona", concluye.
Por Mateo Sancho Cardiel
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