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El nuevo 'Enterprise' aterriza en la Cartelera

Trekkies por undécima vez, amor madurito, demencia, pasión por la pintura y un bodrio yankee aderezan los estrenos de la semana

¿No sabes qué película ver esta semana?

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STAR TREK XI, por Rubén Romero

Cuentan que, cuando un periodista le hizo ver a Gene Roddenberry, creador de la saga Star Trek , que no tenía sentido que P. Stewart (el capitán Jean-Luc Pitard de la serie) fuera calvo en un futuro en el que con toda seguridad se habría descubierto el remedio a la alopecia, Roddenberry replicó: 'Es que en el futuro a nadie le importará que alguien sea calvo'.

La anécdota viene al pelo por la falta de él en las barbas de la tripulación del nuevo Enterprise, una pandilla de efebos sin mácula que parecen salidos de una fiesta pijama de High School Musical. Otro hecho resulta ilustrativo de la concepción primigenia y la remozada : el episodio piloto fue rechazado en su momento por la NBC por ser 'demasiado cerebral', problema que a buen seguro no habrá tenido el gurú televisivo J. J. Abrams al ofrecer una trama más escasa que las cejas de Spock. Roddenberry fue, como otros grandes creadores de ciencia ficción (Arthur C. Clarke o Kurt Vonnegut), un superviviente de la II Guerra Mundial. Como ellos, su único refugio ante el desolador presente que le tocó vivir fue imaginar un futuro mejor para la humanidad.

A Abrams, todo eso se la trae al pairo. No tiene la necesidad de soñar un futuro mejor porque nada podría mejorar su presente. Su visión de la franquicia evidencia que, a pesar de lo que digan los adictos a Perdidos o Alias, Abrams no es un genio. Es un gran profesional, eso sí. Le pidieron que relanzara el Enterprise y lo ha hecho. De una manera burda, pero lo ha hecho.

Ha convertido un clásico de la ciencia ficción en ciencia acción. Ha sacado a Kirk, Spock y los demás de su rígido plano americano, por la rodilla, y los ha puesto a dar saltos y teletransportarse por esos universos de Dios con una excusa y unos medios que ya huelen a naftalina en su currículum: la búsqueda del padre (como en ‘Alias'); y los saltos en el tiempo (como en ‘Perdidos'). Con una estructura no de película, sino claramente de capítulo piloto televisivo, deja abierta la puerta a nuevas entregas. Las imperfecciones no parecen importar. El mensaje, hoy en día, es lo de menos. Lo de más es entretener al respetable a golpe de curvaturas espaciales. Y la taquilla, claro, encantada.

La posibilidad de una precuela del universo ‘Star Trek' como la que supone la película es casi tan vieja como la serie. Ya en 1968 Roddenberry planteó dicha posibilidad. Las diferentes cancelaciones de las series y los fiascos en taquilla de sus versiones cinematográficas impidieron que se llevara a cabo, y proyectos como ‘The Academy Years' o ‘The Beginning' se quedaron en meros guiones. Leonard Nimoy, el Spock de toda la vida, se marca un cameo. No así, William Shatner (Kirk), al que decidieron no resucitar.

SÉRAPHINE, por Guillaume Fourmont

Durante años y cada noche, en un canal privado de la televisión, los Deschiens consiguieron hacer reír a toda Francia con la historia de unos fabricantes de quesos. Nada extraño, aunque ese grupo de cómicos reflejaron con irrisión la realidad más popular de Francia. Había que ver a aquella mujer inocente, fea, vestida como hace un siglo. Era Yolande Moreau. Así que cuando la actriz vuelve a encarnar a una criada en Séraphine, que se estrena hoy, el tono es el mismo: tragicómico. A pocos pasos de la locura.

Casi nadie sabía quién era Séraphine Louis antes de que el cineasta Martin Provost decidiera llevar su historia al cine. 'Cuando el director vino a casa para hablarme de ella sabía que era un regalo, un papel magnífico para una actriz', comenta Moreau (Bruselas, 1953). Séraphine Louis era una pintora de Arte Naïf del principio del siglo XX, ignorada por sus contemporáneos, huérfana y obligada a trabajar de criada para vivir. Murió de hambre en un manicomio en 1942.'Fue una revolucionaria', insiste Moreau, 'porque decidió pintar a los 40 años. Era impensable en la sociedad de aquella época pero se empeñó. Tenía una determinación formidable'.

La película se centra en la relación de Séraphine con un crítico y coleccionador de arte alemán, Wilhem Uhde. Cuando este descubre uno de sus cuadros, se queda fascinado y decide ayudarla.Más que el retrato de una artista, Séraphine también es un homenaje a la pintura. No es una película en blanco y negro, aunque casi parece pintada con pasteles. Los colores primarios desaparecen y poco a poco se descubre la obra de Séraphine. Las flores y los árboles de sus cuadros expresan el dolor de una mujer que se refugió en la pintura y la fe para olvidar su condición social. Yolande Moreau, quien confiesa que no le gustaron 'nada' las obras de Séraphine la primera vez que las vio, ofrece una interpretación perfecta. Su cara de mujer iluminada, como si estuviera viendo a Dios, recuerda a la fabricante de quesos de los Deschiens.

'Cuando me proponen un papel, suelo preguntarme: ¿No estaba libre Catherine Deneuve?', bromea Moreau, consciente de que tiene 'credibilidad para ser una mujer del pueblo'. El personaje de Séraphine la conmovió, aunque no renuncia a 'hacer reír a la gente con momentos dramáticos'. 'Me encanta', dice.

La actriz vive en Normandía, cerca de donde vivía Séraphine. Cuando estalló la Primera Guerra Mundial, de regresó a Alemania y la película refleja cómo la artista, entregada a la pintura y a Dios, va cayendo en la locura. Sin embargo, Moreau ve a Séraphine como 'una persona herida, cuya vida nos habla del espíritu'. Rechaza el término de locura y prefiere hablar de 'gente al margen'. De eso trata la película: 'Personajes como Séraphine están cerca de nuestro yo profundo, el yo que adaptamos, que ocultamos, porque todos tenemos miedos'.

NUNCA ES TARDE PARA ENAMORARSE, por Rubén Romero

Nunca es tarde para enamorarse es la canónica historia romántica ‘indie': dos corazones solitarios unidos por el azar en un lugar de paso. Sólo que sus protagonistas ya están entraditos en años. O lo que es lo mismo: Antes del amanecer(Richard Linklater, 1995) en versión madurita. 20 años y algo más de 20 centímetros separan a sus dos protagonistas, Dustin Hoffman y Emma Thompson, en teoría, una de las parejas con menos química de la historia. Las distancias no lo son tanto cuando se tiene talento interpretativo, único pilar sobre el que se sustenta todo el armazón de esta bonita e intrascendente historia sobre el amor y su resistencia a envejecer. Por lo menos no empalaga, que ya es mucho. 

Hoffman (Oscar al mejor actor por Rain Man y Kramer contra Kramer) y Thompson (Oscar a la mejor actriz por ‘Regreso a Howards End') ya coincidieron en la magnífica ‘Más extraño que la ficción' (Marc Forster, 2006), aunque en aquella ocasión los que se enamoraban no eran ellos. Lástima que por cosas de los contratos matrimoniales (Hoffman tiene prohibido besar a mujeres en pantalla) nunca les veamos consumar. Por cierto, el alcalde de Londres debería condecorar a John De Borman por su fotografía en este filme y en Un gran día para ellas (Bharat Nalluri, 2008). Con ellas ha conseguido dotar a la ciudad de la niebla de una luminosidad y un romanticismo más propio de París. 

UNA CIERTA VERDAD, por Pablo G.Polite

El debutante Abel García Roure traza un viaje emocional a los abismos de la locura a través de cinco pacientes del Hospital Parc Taulí de Sabadell, cuya vida diaria, severamente afectada por la esquizofrenia o la paranoia, es el reflejo de una lucha sin cuartel, descorazonadora e irreversible. Con admirable coherencia, sin reticencias ni pudores, el cineasta catalán no se enreda en detalles y se muestra muy respetuoso con el material que maneja. Mira desde una cierta distancia y, con su actitud controlada y por momentos fría, consigue arrancar retazos de lo sublime a un contexto adverso, poco dado a ello, mientras plantea un interrogante perturbador: ¿es posible comprender a un loco desde nuestra supuesta cordura?  

Ni da respuestas ni moraliza. Ni denuncia ni cede al sentimentalismo. Este amargo documento podría situarse en el punto intermedio entre Hospital, de Frederick Wiseman, y Más allá del espejo, de Joaquim Jordà. El filme está a su altura y merece verse por su rigor, su escrupulosidad, su minuciosidad y su valentía. 

HANNAH MONTANA, por Jesús Rocamora

Mientras Zac Efron, el niño pijo de High School Musical, ya vuela solo camino de las estrellas, a Disney le toca en 2009 lanzar al mundo su penúltima marca explotable: la serie ‘Hannah Montana'. Miley Cyrus, su protagonista, es perfecta para forrar carpetas: actúa, canta y baila, graba discos, da conciertos y da el pego como versión domesticada de la también rubia y ex niña Disney Britney Spears. No hacía falta que Peter Chelsom, director de Hannah Montana: la película, confesara que la cinta busca recuperar el espíritu de los filmes de Disney de los 60: temática familiar, canciones para amenizar la tarde, gags de comedia muda y un único y casto beso en todo el metraje. Qué esperaban, Hannah también crece. 

Pop-star de día y chica normal cuando no la miran, Hannah Montana no explota sus posibilidades en pantalla grande, especialmente unos secundarios que parecen de adorno. Lo peor es lo ‘yankee' que resulta: Hannah ha de currar en su granja en Tennessee para estar en paz consigo misma, entre ‘bluegrass' y calabazas. ¿Algún tópico más?

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