Este artículo se publicó hace 15 años.
El número justo para todo un éxito
Quien sea un negado para las matemáticas y empiece a leer La soledad de los números primos, de Paolo Giordano (editado en España por Salamandra), atraído quizá por el runrún mediático que lo ha convertido en un gran éxito comercial en Italia (que ahora llega a España), necesitará llegar a la página 123 para entender cabalmente a qué se refiere el título. Los números primos (divisibles tan sólo por 1 y por sí mismos) son "solitarios, sospechosos", y algunos de ellos, conocidos como gemelos, lo son aún más: son casi consecutivos: el 11 y el 13; el 17 y el 19...
Entre ellos siempre se interpone, sin dejarles tocarse, un número par, que nunca será primo porque al menos será divisible por 2. Por eso, "el verdadero destino de los números primos es quedarse solos". Y también por eso, el destino de los protagonistas de este habilidoso producto, dos seres marcados por sendas tragedias en la niñez, "es quedarse solos () y perdidos, próximos pero nunca juntos".
Papel romántico
La idea, de puro sencilla, es genial. No tiene valores literarios genuinos, su estilo sincopado revela que fue escrita a saltos pero eso facilita la lectura, apela al fantasma de la soledad que todos llevamos dentro y le da una envoltura romántica, espurga en las huellas que suelen dejar los temores de la niñez y la adolescencia, sabe cómo dejar flotar la premonición de la catástrofe, ha cautivado a una parte de la crítica que elogia su sencillez y originalidad, tomó impulso en la obtención del premio Strega (el más importante de Italia) y es objeto de un espectacular lanzamiento en el que Giordano cultiva una imagen de bicho raro (o, más bien, de número primo) que no es sino un claro guiño hacia la identificación con sus personajes.
Para mayor abundamiento, el autor es joven (26 años) y físico matemático, lo que ha suscitado algunas comparaciones descabelladas, por ejemplo con el Primo Levi de El sistema periódico, que está a varias galaxias de distancia. Es cierto que tiene páginas que desprenden algún efluvio del Hermann Hesse de Bajo las ruedas, Demián y El lobo estepario, pero es una falsa esperanza. Giordano dice haber aprendido de maestros como David Foster Wallace o Ian McEwan. Puede que sea cierto pero, si es así, ha destilado esas influencias para un viaje literario mucho menos ambicioso hasta lo que constituye su auténtico referente, si hay que juzgarle por esta su única obra publicada: el fenómeno muy actual de la novela de sentimientos, como Donde el corazón te lleve, de Susana Tamaro, o Juntos nada más, de Anna Gavalda.
La soledad de los números primos no despeja la incógnita de si Giordano es o no un buen escritor, pero sí deja claro que sabe cómo escribir para que le lean. No es un mal comienzo.
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