Este artículo se publicó hace 15 años.
El optimista del gol
Palermo besa el cielo tras una carrera de sobresaltos
Su historia es increíble. Palermo, que es un delantero de escasas condiciones técnicas, se las ha arreglado para quedar en la historia del fútbol argentino. No ocupará palco con Di Stéfano, Maradona y Messi. Pero en algún sitio se ubicará y se recordará con el respeto que merecen los goles. Es a eso, a finalizar las jugadas, a lo que ha consagrado su vida: lleva más de 200 marcados con la camiseta de Boca. Eso le convertirá en el máximo goleador de todos los tiempos del club más popular de Argentina.
Inició su carrera en el Estudiantes de La Plata. En 1995, con algunas años en el club, este lo quiso ceder al San Martín de Tucumán, un equipo regional. No se hizo el traspaso por una diferencia de mil dólares. Sí, de mil dólares, y el billete de bus para viajar a Tucumán, a 1.500 km de Buenos Aires. No haber hecho aquel camino le suponía quedarse en Estudiantes, sí, pero en el ostracismo reservado para los jugadores no queridos. A Palermo le dio lo mismo.
Como tantas veces, resucitó. Volvió y empezó a marcar goles, retomó la senda de la única característica que le define como futbolista. En una sola temporada marcó tantos goles como en los cuatro años anteriores. Aquella furia anotadora en Estudiantes le llevó en 1997 a fichar por Boca, uno de los clubes más señeros del país. Empezó mal, pero llegó Bianchi en 1998 y lo definió como "el optimista del gol". Desde ese momento fue palabra santa en Boca. No importó que en ese camino tuviese algunas lesiones graves, siempre volvía para seguir goleando.
La carrera de Palermo, que en alguna ocasión se ganó el apelativo de loco, siempre tuvo puntos llamativos en su trayectoria. Fuera de Argentina muchos le conocieron por una noche negra en la Copa América de 1999. Jugaba la albiceleste contra Colombia y el árbitro pitó tres penaltis a favor de los argentinos. Palermo, en un hito casi histórico, falló los tres, dos se fueron lejos de la portería, el otro lo detuvo el guardameta. La selección, desde entonces, se alejó del delantero de Boca que en la competición nacional seguía marcando goles.
Algunos de ellos fueron especialmente reseñables, como los que consiguió contra el Real Madrid en la copa Intercontinental. Palermo, aquel día, se vistió de héroe y dio a Boca la victoria. El escaparate llevó al Villarreal a fijarse en él. En España no funcionó, aunque dejó pasajes para su antología del disparate: tuvo una lesión al romperse la pierna en la celebración de un gol.
Volvió a su país, ya entrado en años, y siguió marcando goles. Maradona le pidió ayuda en la selección. Con 36 años parecía una locura, pero es Palermo. Ante Ghana marcó un gol de cabeza desde el medio campo. Y ayer firmó la resurrección de Argentina.
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