Este artículo se publicó hace 15 años.
Pakistán, el brazo político de los talibanes
Carlos Enrique Bayo
En plena crisis con India por los sangrientos ataques de Bombay, un alto cargo de los servicios secretos de Pakistán (ISI) reveló a un selecto grupo de periodistas paquistaníes que el Ejército había recibido promesas de apoyo de los líderes talibanes en caso de guerra con el gigante vecino. En esa sesión reservada, el oficial de la Inter-Services Intelligence incluso calificó de "paquistaníes patriotas" a cabecillas islamistas como Baitullah Mehsud, quien reina en Waziristán del Sur, y Maulana Fazlullah, quien acaba de imponer la sharia en el valle de Swat.
Sus elogios a esos dos señores de la guerra talibanes eran aún más insultantes porque resultan ser los principales sospechosos de haber ordenado el magnicido de Bhenazir Bhutto, cuyo marido es hoy presidente electo del país tras casi diez años de dictadura. Éste, Asif Zardari, está tan desbordado por la presión islamista que ha llegado a admitir públicamente que los talibanes "controlan enormes extensiones de territorio" de Pakistán. Y los altos mandos del Ejército parecen tenerle tan poco respeto como el que demuestra la ISI, que sigue ayudando a sus ahijados talibanes a hostigar a las fuerzas occidentales en Afganistán.
En ese último país, un alto funcionario le aseguraba hace poco al corresponsal de The Economist que "Pakistán es el brazo político de los talibanes". Y no le falta razón. Para los generales paquistaníes, que dictan desde hace seis décadas una política de seguridad nacionalista en la que India es el gran enemigo mortal, Afganistán siempre constituyó una "profundidad estratégica" valiosísima frente a la amenaza de una invasión terrestre india. Así que fueron ellos los que propulsaron al poder al mulá Omar en los años noventa y sólo accedieron a perseguir a Al Qaeda, tras el 11-S, a cambio de 10.000 millones de dólares en ayuda militar de EEUU.
Hoy, los jefes de la ISI admiten que la OTAN se quedará en Afganistán "quizá durante otros 15 o 20 años"
Lo que nunca hicieron fue combatir en serio a los talibanes, pues contaban con ellos para recuperar el poder en Kabul en cuanto se retirasen los ocupantes occidentales, cosa que pensaban que no tardaría en ocurrir, sobre todo tras la desastrosa aventura militar de EEUU en Irak. Hoy, los jefes de la ISI admiten que la OTAN se quedará en Afganistán "quizá durante otros 15 o 20 años", pero siguen obsesionados con India, convencidos de que jamás se llegará a una auténtica paz indo-paquistaní.
Tras la sangrienta cadena de atentados de Bombay, organizados desde Karachi por el grupo integrista Lashkar-e-Taiba -cuyo líder, Hafiz Saeed, sigue en libertad-, el Ejército paquistaní se apresuró a trasladar a miles de soldados desde la frontera afgana hasta la india, dejando aún más enseñoreados a los caciques talibanes de los territorios del noreste. Pero no es únicamente en esas agrestes áreas tribales donde el Estado paquistaní ha entregado su soberanía a los fundamentalistas.
Las autoridades locales no osan poner trabas a los casi 40 grupos integristas locales que ganan poder día a día
En la capital de Beluchistán, Quetta, funciona abiertamente la Shura Talibán que coordina las acciones armadas rebeldes en las provincias afganas de Kandahar, Helmand y Oruzgán. En la portuaria Karachi, una megápolis de 15 millones de habitantes, las autoridades locales no osan poner trabas a los casi 40 grupos integristas locales que ganan poder día a día. En Peshawar, una gran urbe cercada por milicianos islamistas, los jefes talibanes y los capos del narcotráfico han empezado a alquilar las mejores casas del centro de la ciudad, que la burguesía está abandonando en masa.
A sólo 80 kilómetros de la capital, Islamabad, en el distrito punjabí de Attock, fue secuestrado el ingeniero polaco Piotr Stanczak, cuya decapitación con un cuchillo de carnicero acaba de ser difundida en vídeo por un grupo talibán de Khyber, en el primer crimen de esa naturaleza que sufre un occidental desde el asesinato de Daniel Pearl, en 2002.A todo ello se suman los gravísimos efectos de la crisis económica global en Pakistán, donde ha cerrado un tercio de las fábricas textiles que suponen la mitad del empleo y de las exportaciones del país.
Jamás lograrán los aliados imponerse en Afganistán, si el santuario de sus enemigos es el reino del caos.
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