Este artículo se publicó hace 15 años.
El palacio, la masía y el caserío
Gonzalo López Alba
Vamos a cambiar el palacio de La Moncloa por un caserío en el País Vasco". Esta frase de un veterano dirigente expresa con crudeza gráfica el rechinar de dientes con que la vieja guardia del PSOE asiste recelosa al escenario de que el desalojo del PNV del Gobierno vasco, agregado a la irritación que desde hace seis años arrastra CiU por la expropiación de la masía catalana, acarree una insoportable inestabilidad del Gobierno de España.
La explicación de esta discrepancia interna en el PSOE por ahora embridada en los círculos internos ante la consumación de uno de los hechos más relevantes del ciclo político protagonizado por José Luis Rodríguez Zapatero el desbancamiento del nacionalismo de derechas en Catalunya y Euskadi, tiene un fuerte componente generacional, como lo tuvo la llegada del presidente del Gobierno al liderazgo de su partido y lo tiene siempre el ejercicio del poder.
El desalojo del PNV del Gobierno vasco chirría en la vieja guardia del PSOE
La "cuestión territorial" es la gran asignatura pendiente del ensamblaje de la España moderna que dejaron sin resolver los políticos de la Transición, ungidos ante sí mismos con un cierto halo de infalibilidad por haber protagonizado con éxito sobresaliente ese período clave de la historia. Aquella generación de políticos asumió como un imponderable que gobernar España conllevaba reconocer que Euskadi era "una excepción" y Catalunya "un problema", con los que había que coexistir. España para gobernar y Euskadi y Catalunya la cuarta parte de la población para cohabitar.
Enfoques generacionales
No se trata de un planteamiento ideológico, sino generacional, que hunde sus raíces en el bagaje del Pacto de San Sebastián suscrito en agosto de 1930 para promover la instauración de la República y de las autonomías regionales, y en la posterior Guerra Civil, situaciones históricas en las que socialistas y nacionalistas compartieron trincheras en la lucha por la democracia.
El presidente antepone la vertebración de España a su tranquilidad política
La idea de que la España contemporánea era el resultado de un pacto entre los socialistas y las burguesías nacionalistas de Catalunya y Euskadi se vio consagrada en una Ley Electoral que prima la representación de los partidos nacionalistas mientras que castiga a las formaciones menores de ámbito estatal, como Izquierda Unida, otorgando así a los grupos nacionalistas el papel de bisagra dentro de un régimen sustancialmente bipartidista, pero en el que las mayorías absolutas son difíciles de alcanzar.
Desde Adolfo Suárez a José María Aznar y hasta el propio Zapatero, todos los presidentes de la democracia en algún momento han tenido que apuntalar su estancia en La Moncloa con los andamios de CiU y el PNV. Ambas formaciones tienen largamente acreditado su sentido de Estado en momentos cruciales para el destino de España y la estabilidad de sus gobiernos democráticos. Pero pareciera que, por una cláusula no escrita del pacto de conllevanza, se podía buscar el entendimiento o el enfrentamiento con los nacionalismos, nunca disputarles el poder con voluntad real de arrebatárselo. Con esa patente de impunidad política, cada vez que CiU o PNV veían tambalearse su statu quo reaccionaban con amenazas de desestabilizar el Estado y órdagos independentistas, sometiendo al conjunto del país a una permanente inestabilidad territorial.
Zapatero ha quebrado ese modelo con su diseño de la "España plural", que otorga mayor trascendencia a las tensiones territoriales producto de planteamientos identitarios que a las derivadas de la dificultad para ahormar mayorías en el Congreso de los Diputados. Es decir, que antepone a su tranquilidad política como presidente la importancia que para la vertebración de España tiene la existencia de un partido capaz de gobernar a la vez el conjunto del Estado y sus dos comunidades históricas más influyentes.
Patria por ciudadanía
Los nuevos dirigentes del PSOE han cambiado la ecuación "si no gobiernan los nacionalistas, aparecen los problemas" por "si no gobiernan los nacionalistas, surgen las oportunidades". Con estrategias distintas, pero igualmente exitosas electoralmente, lo han aplicado en Catalunya y en Euskadi. El PSC lo consiguió acentuando su sesgo catalanista para disputar espacios cívicos que parecían coto privado de los nacionalistas. El PSE lo ha hecho cambiando su formulación "vasquista" por la de "vasco", un socialismo que podría decirse desnacionalizado al sustituir el patrón de la patria por el de la ciudadanía.
Las nuevas generaciones socialistas de Euskadi participan de la tradición del pacto con los nacionalistas de sus mayores y se remueven como cualquier socialista de Extremadura o Andalucía ante la agreste derecha española, pero ya no les repugna llegar a acuerdos con el PP, sobre todo si no es el partido revanchista de María San Gil y Jaime Mayor Oreja. No hay nada que una más que compartir el sufrimiento. La vieja guardia del PSOE estuvo con los nacionalistas en las trincheras de la lucha contra el franquismo; la dirigencia socialista que encabeza Zapatero, creció con la del PP en los funerales de ETA.
Lograr la definitiva erradicación del terrorismo se ha convertido así, de forma innata, en su gran reto y compromiso con la sociedad vasca. Su consecución pasa, en gran medida, por la implantación socio-política de un reconocimiento natural de que todos los vascos son igual de vascos. La elección como el primer lehendakari no nacionalista de la democracia de Patxi López, que a pesar del apellido tiene un árbol genealógico en el que el único antepasado foráneo es de origen italiano, simbolizará que la sociedad vasca camina en esa dirección.
Para que el camino no se agote en el caminar y lleve al destino, el nuevo Gobierno tendrá que construir un relato de país que normalice Euskadi como un territorio donde también los conflictos sean "los conflictos sociales" de los vascos y no el "conflicto político" de Euskadi, que ETA utiliza como coartada de su sinrazón totalitaria. Esa es la apuesta y el reto de Patxi López.
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