Este artículo se publicó hace 15 años.
"Parecen zombis... y pensar que yo era uno de ellos"
Un ex drogadicto vuelve a Las Barranquillas, el antiguo supermercado de la droga de Madrid
Hace un año, Carlos, de 40 años, dejó de inyectarse heroína porque tenía el brazo gangrenado: "Me dijeron que podía perderlo si no lo dejaba antes de una semana. Y tenía dos opciones: o les hacía caso o me metía un pico de los gordos y acababa con todo de un plumazo". Entre sus siete dientes, suelta una carcajada y se golpea el pecho: "Ahora estoy más fuerte". Trabaja como chulo de dos prostitutas rumanas y de un travesti. Es el único conocido que le queda a Óscar, ex drogodependiente, de 36 años, en Las Barranquillas (Madrid). Durante cuatro años, el poblado fue el hogar de Óscar: acudía una o dos veces al día a comprar caballo (heroína) o cocaína, cuando no se quedaba a dormir allí.
Las Barranquillas era entonces el gran supermercado de la droga de Madrid con cerca de 200 chabolas. El Ayuntamiento ha demolido en los últimos años la mayoría. Ahora, apenas quedan unas 20 chabolas. El resto es un amasijo de escombros entre los que deambulan drogadictos y camellos. El negocio se ha movido a la gran favela de Madrid: la Cañada Real y Valdemingómez.
Óscar nombre falso que le pusieron en el poblado porque la matrícula de su coche empezaba por la O de Oviedo camina con ritmo eléctrico entre los escombros: "Mira, aquí estrellé mi coche una vez. Y allí me paró la Policía porque había un tipo muerto al lado de la carretera".
La Comunidad de Madrid realojó a 13 familias en pisos entre 2000 y 2001Hace tres años, pidió una excedencia en el trabajo para entrar en Proyecto Hombre. Salió rehabilitado dos años después. A su vuelta al poblado, siente "una apetencia muy fuerte". "He estado metido hasta las cejas y es una sensación que no tenía desde hacía mucho tiempo, pero ahora estoy concienciado para no volver a caer. Por mí y por mi hija", cuenta.
En 2005, la heroína dejó de ser la droga que originaba más solicitudes de tratamiento y cedió el puesto a la cocaína. Al año siguiente, las demandas por coca eran ya el 45,1%; el 38,2%, por heroína, y el 10,7%, por cannabis, según los últimos datos del Ministerio de Sanidad y Consumo.
Realojamientos en pisos
Entre 2000 y 2001, el Instituto de Realojamiento e Integración Social (IRIS) de la Comunidad de Madrid reubicó a 13 familias de Las Barranquillas. El organismo examinó a todos los habitantes y concedió pisos en altura a aquellos que acreditaron su residencia en el poblado y con los que había garantías de que no serían problemáticos para su nueva comunidad de vecinos. "Son contratos de alquiler, así que si no cumplen, no los renuevan", explican fuentes de la Consejería de Medio Ambiente, Vivienda y Ordenación del Territorio.
En el asiento trasero de un coche, Alicia, brasileña de 38 años, apura las últimas caladas de su pipa de base de coca. Óscar la mira y crece su apetencia. La piedra que fuma es una mezcla de amoníaco y cocaína pura. "Más que gustarme, me quita el mono", se justifica Alicia. Cuando el tubo esté totalmente obstruido de madre (los restos concentrados de droga que se acumulan en el interior de la pipa), extraerá la pasta y se la volverá a fumar. "Es otro viaje gratis", dice.
El centro de venopunción es un oasis sanitario para los drogodependientesAlicia llegó al poblado tras separarse de su marido hace cinco años. "Era adicto y me enganché a los pocos años de vivir con él. Con el tiempo, me echó de casa, nos separamos y se quedó con la custodia de la niña", relata. Para ganar dinero, se prostituyó hasta que consiguió plaza en la narcosala del poblado, un centro de venopunción pionero del Ayuntamiento de Madrid. Aquí, los trabajadores sociales administran jeringuillas limpias a los drogadictos para evitar infecciones de sida o hepatitis. Es un oasis sanitario. También tiene dormitorios, aseos separados por sexos, un comedor social y una sala de proyección de películas.
En su interior, una decena de caras demacradas mira la pantalla sin inmutarse. "Míralos, parecen zombis; y pensar que yo era uno de ellos...", reflexiona Óscar. Los trabajadores sociales y el vigilante de seguridad son el único resquicio de vitalidad que hay en el centro.
Fuera, los fumaderos (casetas de madera y plástico) siguen activos. En uno de ellos, a 50 metros de la narcosala, varios yonquis inhalan heroína sobre un trozo de papel de plata. Lo han comprado por 50 céntimos en uno de los pocos quioscos que quedan en pie, "pero te lo vende cualquiera", explica uno de ellos.
Las pipas cuestan dos euros y las hacen con elementos cilíndricos variados: un bolígrafo, una pequeña tubería, un tubo de metal... "Pero en los fumaderos no se deja entrar a la peña que se pincha, porque lo dejan todo lleno de jeringuillas y sangre cuando no atinan con la aguja", explica Óscar.
Las hogueras en la entrada de las chabolas indican que dentro se vende droga. Por si queda alguna duda, los vendedores o sus machacas (drogadictos que ejercen de porteros) se encargan de anunciarlo a viva voz: "¡Aquí, caballo!". A los machacas les pagan con un pico (algo menos de una micra, una décima parte de un gramo) de coca o de caballo cada dos horas. La puerta de una de las chabolas está cerrada por dentro con cinco candados. Si viene la Policía, el portero grita: "¡Agua!" y en pocos segundos los vendedores se deshacen de la droga.
Seguridad en la chabola
Carlos va a comprar una micra por unos cinco euros. El portero confirma que no hay peligro al grito de "¡Puerta!" y un segundo machaca abre desde dentro. Un mostrador y una verja oxidada le separan de la vendedora, que espera con tres bolsas abiertas de heroína, cocaína base y cocaína en polvo, además de una báscula de precisión.
"La droga no mira el dinero que tienes. Te atrapa y punto"A primera hora de la mañana o a última de la tarde, los BMW, Mercedes y potentes todoterrenos se abren paso entre los vehículos destartalados que recogen a yonquis en la capital y los trasladan al poblado por cinco euros. "La droga no mira el dinero que tienes. Te atrapa y punto", dice uno de ellos.
A las 19:00 horas de un viernes, con los últimos rayos de sol, una decena de turismos se agolpa en la calle principal del poblado. "Hace tres años, se montaban unos atascos de flipar", recuerda un conductor veinteañero. Acude allí a por coca para el fin de semana: "Es verdad que antes había más donde elegir; pero, antes que pillar a desconocidos, prefiero a mi camello de toda la vida".
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