Este artículo se publicó hace 13 años.
La pasión por la lectura nace en los rincones más inverosímiles de México
Cementerios, cárceles, funerarias o los propios hogares de más de 3.600 voluntarios mexicanos se han convertido en auténticos viveros de lectores, que cada semana disfrutan en ellos del placer de la literatura.
"Creo que las salas son verdaderos semilleros de tolerancia, de comprensión, son lugares que promueven la paz", dijo en una entrevista con Efe la directora general de Fomento a la Lectura del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta), Socorro Venegas.
El "Programa de Salas de Lectura" de este organismo comenzó hace quince años, un período en el que ha evolucionado hasta llegar a las 3.612 que existen actualmente.
"Empezó dirigido a un público adulto pero allí donde los hay, inevitablemente, llegan los niños. Hoy día tiene entre sus usuarios mayoritarios a niños y jóvenes, más del 70 %", explica Venegas.
Los voluntarios buscan un espacio donde instalarse y Conaculta les proporciona de manera gratuita un curso y lotes de libros para que los ofrezcan a sus lectores.
La iniciativa ha sido seleccionada por el Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina y el Caribe (Cerlalc) como un modelo de difusión en Latinoamérica.
"Nosotros no regalamos libros, propiciamos que haya un uso social del libro, una circulación efectiva y afectiva, que también en muchos casos relaciona y fortalece familias. Los papás muchas veces el primer libro que leen con su hijo es de una sala de lectura", señala.
La enorme flexibilidad del programa ha generado situaciones extraordinarias, como que haya salas de lectura en lugares inverosímiles.
"En Yecapixtla (Morelos, centro de México) donde hace un calor tremendo, hay un lugar que es el más pacífico del pueblo que es el panteón. Tiene unos árboles con una sombra preciosa y tenemos allí una mediadora, Anahí, que encontró que ese era el lugar ideal para instalar una sala de lectura, entre las lápidas", dice Venegas.
En Ciudad Juárez, algunas maestras que acosadas por la violencia dejaron de salir a la calle para sus actividades extraescolares, "pidieron abrir salas de lectura y pensaron en una nueva propuesta que involucrara en esas actividades a los papás", agrega.
Entusiasta, Venegas hace énfasis al explicar la gran fuerza del programa: los mediadores surgidos de la sociedad civil.
"Son muy heterogéneos. Acabamos de encontrar a la primera niña mediadora, tiene diez años", detalla.
Otros en el norteño estado de Coahuila han llegado a tomar cruces de calles donde han ocurrido asesinatos para leer poemas entre los automovilistas y tratar de dar un nuevo significado a esos lugares.
Rodrigo de Gardenia es uno de esos mediadores. Hace ocho años acondicionó la sala "Amoxcalli" (casa de libros en náhuatl) en su domicilio, ubicado en el Cerro del Judío, un barrio popular del sudeste de la capital mexicana.
"Surgió por la necesidad, primero mía, de ofrecerle algo a mis hijas, a mi familia. Después creció, me di cuenta que en el barrio no había acceso a cultura o al arte", explica Rodrigo.
"Empezamos con los cien libros que Conaculta nos dio y fue creciendo. Ahorita seguramente tenemos unos 2.000 libros", señala.
Para el mediador, uno de los fines de acercar a su comunidad a los libros es alejar a los más jóvenes de la violencia.
"Es un barrio donde también hay una línea muy delgada que separa a los niños de las drogas, de el alcoholismo, y nosotros queremos que no la crucen. También ese es uno de los fundamentos principales de 'Amoxcalli'", agrega.
De Gardenia defiende el ámbito de libertad que crean las salas y su capacidad de romper con los prejuicios de la gente más humilde hacia la cultura.
"Creen que es una biblioteca o que van a ir a hacer la tarea (los deberes) o que se cobra. Al final el resultado es bonito porque entran con ese prejuicio y con esa timidez (...) y se van con otra impresión", agrega.
En una actividad que realizó en una escuela cercana a su casa recibió el apoyo del escritor de libros infantiles Francisco Hinojosa, otro entusiasta del programa.
"Quienes organizan estas Salas de Lectura son entusiastas de la lectura. Si esto fuera un programa impuesto, creo que no funcionaría", señala, convencido de que hay que apostar por "la cultura y la educación (...) y no a tener al Ejército en las calles", concluye.
Por Alberto Cabezas.
Comentarios de nuestros suscriptores/as
¿Quieres comentar?Para ver los comentarios de nuestros suscriptores y suscriptoras, primero tienes que iniciar sesión o registrarte.