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Porcel y la esencia humana: la plenitud

Sebastià Alzamora analiza la figura y la escritura de Baltasar Porcel

SEBASTIÀ ALZAMORA

2.470 caracteres para hablar de la figura y la obra de Baltasar Porcel son muy pocos, de modo que iremos al grano: la obra literaria de Porcel merece figurar entre las más prominentes de cuantas se han escrito en Europa en las últimas décadas. Lo único que me molesta al escribir esto es que alguien pueda interpretarlo como una salida de tono inducida por su desaparición. No es así: expresé la misma opinión cuantas veces pude mientras él vivió y me apetece repetirlo ahora que ha muerto.

Si el amable lector desea comprobar que no miento o exagero, sólo tiene que acudir a los libros que escribió Porcel: hay multitud de títulos suyos traducidos al castellano, o escritos directamente en esta lengua. En cualquier caso, si la realidad de España fuera verdaderamente pluricultural y plurilingüística, entonces España sería hoy un país de luto por su cultura. No va a ser así. Es una lástima. Cuanto más, si se tiene en cuenta que Baltasar Porcel trabajó siempre porque esa pluralidad se hiciera real.

Si me hacen caso y se adentran en sus magníficas novelas, reportajes, entrevistas o columnas, descubrirán enseguida que Porcel se preocupaba por comunicar la idea de plenitud. Nació y creció en una Mallorca arrinconada y tercermundista; después fue joven en la Barcelona asediada y asfixiante del régimen franquista; finalmente maduró entre una Mallorca, una Catalunya y una España que, en democracia, se espabilaban como podían.

Pero siempre supo que el momento histórico era coyuntural: lo fundamental estaba para él en la condición humana y en sus avatares, que se sobreponen a todo. Incluso al tiempo. Observaba al ser humano y lo que descubría en él era plenitud. Algo que trascendía todos los regímenes, ideologías, todas las excusas: algo que sólo podía realizarse en libertad, como siempre reclamó desde todos sus textos.

En fin, qué les voy a decir. Morirse es un desastre, sea uno un gran escritor, un estadista, un astronauta, o el camarero del bar Manolo. Contra lo que podrán sugerir algunos, Porcel tuvo eso siempre muy presente. Pero también supo que había algo más poderoso que la muerte, y ese algo se llama belleza, se llama amor, se llama instinto. También se llama arte y algunos lo llaman ciencia. Ese algo, en resumen, se llama vida. Y está espléndidamente expresada en sus libros.

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