Este artículo se publicó hace 14 años.
Premio para un oficinista ruin cualquiera
El escritor argentino Guillermo Saccomanno (Buenos Aires, 1948) es el nuevo premio Biblioteca Breve de Seix Barral. Como Rodolfo Fogwill (Buenos Aires, 1941), Saccomanno fue publicista antes que creador. Como ocurre con Fogwill, la novela que ha sido premiada por el jurado compuesto por Rosa Montero, Elena Ramírez, Pere Gimferrer, Caballero Bonald y Ricardo Menéndez Salmón, es un pistoletazo en medio de un concierto.
El oficinista es la crónica de un tipo mediocre en sus ilusiones, sobresaliente en su desconfianza. El oficinista no sueña con nada, sólo quiere amarrar como sea lo único que cree tener: su empleo.
Guillermo Saccomanno es un autor inédito en España, pero allá en Argentina ya conoce el éxito con la trilogía sobre la violencia política: La lengua del malón (2003), El amor argentino y 77 (2008). Como escritor reconoce necesitar trabajar desde el lado de la percepción, como la incidencia de la luz en las situaciones de sus relatos. No obstante, de joven soñaba con ser artista plástico. "Hoy la pintura y el dibujo me sirven de descarga, y también para poner foco en un objeto, foco en un paisaje, una especie de reflexión o meditación. Un ejercicio de depuración de retóricas", contaba en una entrevista reciente.
Ambientada en una oscura y brumosa ciudad, custodiada por "helicópteros artillados", rodeada de "murciélagos que revolotean en los ventanales de la oficina", perros clonados y ratas "que se pasean entre los escritorios sumidos en la oscuridad", El oficinista podría parecer una novela de género de ciencia ficción, incluso uno de los cómics en los que Saccomanno ya trabajó como guionista.
Sin embargo, la esquizofrenia, la manía persecutoria, la amenaza constante de traición laboral y la mala baba con la que llega a proteger su corralito, hacen de El oficinista un vómito contemporáneo sobre la ley de la selva. "Cero ciencia ficción. Seamos realistas", cuenta el autor por escrito, baja de la entrega por problemas de salud.
"En este sentido, al modo ruso, esta novela no es de amor, sino de la búsqueda de amor", explica."El oficinista se fija en el cortapapeles. Sería letal si se lo clavara al compañero en la yugular. Se recrimina esta clase de fantasías. Lo rebajan, se da cuenta. Lo hacen sentirse ruin. Tan ruin como los demás. Porque él, en el fondo, está convencido de que es mejor que los otros", escribe el autor argentino en las primeras páginas de la novela, que fueron adelantadas ayer por la editorial.
Saccomanno ha creado la perfecta imagen del falso honesto, del perfecto mezquino. En un intenso relato en tercera persona muy íntimo, casi monólogo, llega a hacer creer a su personaje que le gusta pensar que puede ser feroz, "dada la circunstancia", pero al tiempo -en un mortal debate contra su propia civilización, que le mantiene a raya- asegura que le asusta pensar "de qué puede ser capaz". Es un material de oficina mortal, que refleja cómo no es tan apacible el mundo de la oficina.
Saccomanno dibuja una selva silenciosa y amenazante, en la que vence el último que apague el ordenador. El que permanezca siempre alerta. "Nadie como él cumple tal cantidad de horas extras. Y si las cumple no lo hace sólo por necesidad. También por gusto. Prefiere retardar todo lo posible la vuelta al hogar", escribe el autor. Sin embargo, cuándo se pregunta por el infierno, es inevitable no ver su oficina y sus exigencias. Hasta el punto de ver en la marginación de la calle, la única puerta a la libertad, sin paranoias, ni maquinaciones, ni pálpitos de complot.
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