Este artículo se publicó hace 13 años.
5 pueblos marineros con mucho encanto
La playa, los pescaítos junto al puerto, los pescadores, el ambiente... Sobrados alicientes para disfrutar de unas vacaciones a la orilla del mar.
Lastres
Está más de moda gracias a la serie del Doctor Mateo, pero Lastres es desde siempre uno de los pueblos pesqueros más bonitos de Asturias por su situación, en un empinado anfiteatro natural, pero también por su tipismo, con calles estrechas y casas de galerías acristaladas que conforman un laberinto apretado por el que siempre se acaba llegando al puerto, como si ese fuera el único destino que de verdad importara a quienes viven siempre pendientes del estado de la mar. Así se alcanza la rada, en la que resulta una atracción irresistible quedarse contemplando el trasiego de los barcos, especialmente si se asiste, a media tarde, al regreso de la flota y a la rula, la subasta del pescado.
Pontedeume
En torno al Ponte do Eume ha ido creciendo una de las poblaciones con más encanto de A Coruña. En el primitivo casco urbano abundan los pazos y las iglesias bajo la estricta mirada del castillo de los Andrade, que recuerda que esta familia dominó la ciudad durante siglos. La quietud que habitualmente se respira en esta villa que vigila el lento transcurrir del río Eume, desaparece con los primeros rayos de sol, cuando se convierte en uno de los centros de veraneo de la costa coruñesa y sus calles, con amplias balconadas de madera y galerías, se llenan de terrazas y bullicio. Caminar por el paseo marítimo salpicado de embarcaciones es uno de los mejores pasatiempos, pero también entrar en sus plazas Real, do Pan y do Convento o recorrer las rúas Real, dos Freires y Virtudes, que conforman la zona de vinos, mientras se degustan algunos de los magníficos productos que el mar ofrece diariamente.
Mundaka
Los aficionados al surf consideran las olas de Mundaka entre las mejores del mundo y tanto es así que cada mes de octubre se celebra aquí un campeonato mundial que llena de surfistas la localidad. Pero más allá, la población que da nombre a la ría es una bien conservada villa con casas de piedra blasonadas, edificios belle époque y viviendas de veraneo. Hay en su entorno buenas playas -Ondartzape, Laidatxu y Laida-, agradables paseos, jardines cuidados y miradores sobre el mar, como La Atalaya y Santa Catalina. A cuatro pasos del puerto, con sus barcos de colores, la calle Mayor y las que se despliegan en torno a ella concentran la animación ciudadana en el casco antiguo.
Deià
Esta encantadora villa situada entre el mar y la montaña, a la sombra del macizo del Teix, constituye una especie de isla dentro de una isla. Desde los años 30 ha sido refugio de artistas y escritores, entre los que destacó especialmente Robert Graves, autor de Yo, Claudio. Su paisaje, mezcla de bosques, torrentes, peñas desnudas y calas; su casco urbano, con casas de piedra y calles muy empinadas, y su peculiar ambiente son sus grandes alicientes. Curiosamente, la mayor atracción de Deià es el cementerio, que disfruta de una gran panorámica y acoge la tumba de Graves y otros artistas y pintores enamorados de la localidad; pero también las aguas y el entorno de la cala de Deià, que mira a la torre de sa Pedrissa y a los arrecifes conocidos como Es Códols Blancs.
Peñíscola
Peñíscola es una de las ciudadelas más bellas y pintorescas del Mediterráneo. Se desparrama entre las peñas de un islote, unido a la península a través de una lengua de tierra. En lo alto hay un castillo templario que vio envejecer al célebre Papa Luna. La pequeña península de Peñíscola tenía en tiempos remotos un estrecho istmo de arena, que, cuando era cubierto de vez en cuando por el agua, se transformaba casi en una isla. Hoy este pueblo cerrado por murallas se encuentra bien anclado en tierra, como si fuera un gran navío varado en el mar. Ahora su istmo está siempre seco, invadido por restaurantes, hoteles y recintos del puerto, animado día y noche por los miles de turistas que visitan esta pintoresca población de la comarca del Baix Maestrat.
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