Este artículo se publicó hace 14 años.
Refugiados en el campo de golf
Los cientos de miles de personas que se quedaron sin techo en la capital de Haití han ocupado prácticamente todo espacio abierto de Puerto Príncipe, incluidos los jardines del Primer Ministro o el campo de golf de Petion Ville Club.
Pero Petion Ville Club también tiene otros ocupantes, estos un poco más ilustres: los trescientos y pico soldados de la 82 División Aerotransportada (paracaidistas) que se han hecho con la zona de restaurante y piscina, donde antaño alternaba la jet-set haitiana.
Junto a los soldados, un mar de tiendas, toldos y plásticos se extiende hacia el horizonte: este pasa por ser el mayor campo de desplazados (más de 30.000 almas, dicen), y aún no tiene nombre porque sonaría raro que se llamase como el Club de Golf.
"No nos dan ningún problema, son agradecidos, solo quieren ayuda -comenta el capitán de paracaidistas Jeff Zabala-. Les distribuimos agua y alimentos", tanto a este campamento como a otros de la ciudad, en la que se calcula que hay desperdigadas unas cien mil familias sin techo.
Los norteamericanos han sellado discretamente sus dominios con una cinta, para impedir la entrada de los refugiados, pero estos últimos guardan una prudente distancia.
El campamento ya comienza a desarrollar sus pequeños negocios, como sucedió casi desde el primer momento en esas aglomeraciones: hay uno que recarga teléfonos celulares gracias a un pequeño generador (no hay luz en el campo), otra se ha atrevido con un centro de estética que se "marquetea" con un trozo de cartón donde dice "Rachel Beauty Salon", y hay incluso un joyero.
Pero lo más notable de este campamento es el servicio evangélico que cada tarde se celebra entre las tiendas y cabañas: el pastor Etienne Saint Cyre, de la iglesia baptista "Compasión de Cristo", se ha hecho con un equipo de luz y sonido, ha traído a su orquesta y cada tarde, antes de salir del sol, viene a apacentar a su grey.
Decenas de personas rezan y bailan, mientras se va haciendo de noche, el campamento toma un aire espectral y solo se oyen los rasgueos de las guitarras y las alabanzas a Cristo.
El pastor no solo celebra misa, es un auténtico líder del campamento, y así lo tratan tanto haitianos como norteamericanos: el capitán Zabala explica que es él quien organiza las distribuciones alimentarias de los estadounidenses.
Los sacos de arroz, el aceite y las comidas preparadas de USAID (organismo de cooperación de EEUU) son repartidos por el pastor y un grupo de jóvenes que él ha nombrado y equipado con unos carnés.
Los jóvenes han formado comités de seguridad y de limpieza que se distribuyen por todo el campamento. Aquí no hay policías ni funcionarios del gobierno, el grupo de desplazados y su pastor han actuado como si el estado no existiera, cosa que es casi cierta en el Haití de estos días.
No hay aseos públicos, pero el comité de limpieza ha puesto carteles "No pipí aquí" para evitar que el parque entero huela a orina, y obliga a sus habitantes a tirar la basura en montoncitos acotados.
Como los refugiados del campo de golf, los cientos de miles de compatriotas que están como ellos se han simplemente organizado y autogestionado para responder a sus necesidades más acuciantes ante un estado derribado literalmente en el terremoto.
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