Este artículo se publicó hace 16 años.
Roscón de Reyes
Pese a la casi agobiante presencia en las calles, televisiones y decoraciones navideñas de millares de Santa Claus, o Papás Noeles, como ustedes prefieran, los niños españoles siguen aguardando con toda la ilusión del mundo la noche del 5 al 6 de enero: la noche de Reyes.
En efecto, tradicionalmente han sido, son, Melchor, Gaspar y Baltasar los que dejan sus regalos esa noche en los zapatos de los niños que han sido buenos; es una noche en la que, aunque a los niños se les envía temprano a la cama, duermen poco. Están nerviosos, ansiosos por ver qué les han traído los Reyes.
En los últimos años, claro, la tradición anglosajona ha hecho que Papá Noel -aquí nadie le llama Santa Claus, quizá porque parece una broma llamar 'santa' a un señor con barbas- ganase terreno. Bueno: la tradición anglosajona...y los empeños de las grandes superficies, deseosas de que la gente se rasque el bolsillo en Navidades y en Reyes.
La noche de Reyes es, aún, mágica. En las casas en las que se ha puesto un Belén, un Nacimiento, esa noche las figuritas de los Reyes, en camello o a caballo, que hemos ido adelantando un pasito cada día, llegan al Portal. Los críos dejan sus zapatos, relucientes, preferentemente en el balcón: los Reyes Magos, a diferencia de Papá Noel, no entran por la chimenea, como los ladrones. Dejan, también, un poco de agua, para que beban Reyes y camellos, y tal vez algo de pan duro para estos últimos, un poco de turrón...
Por la mañana, muy temprano, empezará el follón en casa, que sólo descansará a la hora del desayuno, en el que, por supuesto, no puede faltar el típico roscón de Reyes, el pastel clásico de esta festividad... aunque ahora se vendan roscones desde antes de Navidad, que son ganas de tirar roscones, porque la gente, en estas cosas, suele ser muy tradicional.
Parece que la tradición del roscón de Reyes vino de Francia... sin necesidad de esperar a la Epifanía. Solía elegirse como rey de la fiesta, la que fuera, al niño más pobre del lugar, o al más pequeño de la familia. De ahí se pasó a la suerte: el rey era el que encontraba la sorpresa oculta en el roscón, que podía ser un haba, pero también una moneda, un anillo... Quien la hallaba, ya decimos, era coronado rey, ceñía corona de papel dorado y podía elegir reina y ministros. Al grito de "¡El Rey bebe!" cada vez que levantaba la copa, lo hacían todos, y la fiesta podía acabar degenerando en alegres francachelas alcohólicas, como la perfectamente retratada por Jordaens en el cuadro titulado, justamente, "El Rey bebe".
La elaboración del pastel no tiene secretos; es un bizcocho hecho de harina, huevos, mantequilla y azúcar, muchas veces aromatizado con anís y, siempre, recubierto de trufas escarchadas. Su forma, como exige la realeza, es circular, de corona. Ya no hay monedas de oro en su interior; si acaso, una figurita de plástico. Y, en caso de que el roscón se comparta en el trabajo, el 'afortunado' por la sorpresa no sólo no goza de ningún privilegio, sino que se ve obligado a adquirir otro roscón para todo el grupo.
La verdad: está muy rico, cuando está bien hecho. Hay confiterías a cuyas puertas, el día de Reyes, se forman colas kilométricas para comprar un buen acreditado roscón de Reyes. En casa, con lo que mejor va es, naturalmente, con un buen chocolate a la taza, calentito. Ya ven que los Reyes Magos, fueran quiénes y cuántos fueran, llevan su generosidad hasta al terreno gastronómico... en el que a su competidor nórdico no se le conoce ninguna faceta.
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