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Una "Salomé" muy intensa en la Royal Opera House londinense

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La nueva producción de "Salomé", de Richard Strauss, en la Royal Opera House bajo la dirección musical del suizo Philippe Jordan y con la puesta en escena del escocés David McVicar, es de una intensidad dramática que apenas deja respiro.

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En el papel de la amoral heroína tal y como fue concebida por Oscar Wilde, la alemana Nadja Michael, que comenzó como mezzo antes de pasar a soprano, exhibe una voz bella y a la vez poderosa, que el torbellino orquestal no ahoga en ningún momento.

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Michael logra comunicar a la audiencia desde el primer momento el fuego sexual que consume por dentro a su personaje y que desembocará en la más pura necrofilia de la escena final.

A su lado, el barítono alemán Michael Volle, que suma a una voz profunda y potente una presencia escénica impresionante, está soberbio en su estreno en el papel de Jokanaan (Juan el Bautista).

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Debido a una enfermedad, Thomas Moser ha tenido que ser sustituido como Herodes por el británico Robin Leggate, un tenor con un amplísimo repertorio y que ya interpretó ese rol en la Ópera Nacional de Gales en el 2002.

La mezzo alemana Michaela Schuster, especializada en roles wagnerianos (Waltraute, Kundry o Fricka), debuta a su vez en el papel de Herodías, la celosa y manipuladora madre de la heroína.

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McVicar sitúa la acción en una especie de República de Saló con un escenario que se divide en dos planos: en el superior, menos visible, tiene lugar una lujosa cena, donde Herodes obsequia a sus invitados, llegados de Roma, Egipto y Jerusalén.

La parte inferior, donde va a desarrollarse todo el drama, la ocupa un gran y frío espacio que es cocina y tiene al mismo tiempo mucho de matadero.

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Es un espacio ocupado por soldados de una dictadura fascista, la servidumbre y un par de mujeres desnudas, tal vez esclavas sexuales, que deambulan como zombies.

Allí está también la trampilla del calabozo desde el que el Bautista lanza continuamente sus apocalípticas profecías y del que será finalmente extraído por órdenes de Salomé, que ha huido del banquete para no seguir aguantando las miradas de su padrastro.

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Herodes, que no consigue que su hijastra vuelva a su lado en la mesa, baja finalmente a la cocina con todos sus invitados en lasciva persecución de Salomé, a la que pedirá que baile para él con la promesa de que le ofrecerá lo que quiera.

La famosa danza de los siete velos la resuelve McVicar con un rápido cambio de escenarios, que van deslizándose lateralmente a gran velocidad con proyecciones de vídeo y Herodes y Salomé bailando en un determinado momento como en una película de Fred Astaire.

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La escena final es de un efectismo extraordinario: el musculoso soldado que decapitará al Bautista se desnuda totalmente antes de descender al calabozo, del que saldrá ensangrentado portando la cabeza de Juan.

Arrastrándose en su lascivia como una serpiente, Salomé podrá finalmente besar esos labios que antes le estuvieron vedados.

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