Este artículo se publicó hace 16 años.
¿Quién salva al capitalismo?
El diputado de Izquierda Unida dice que esta oportunidad no es para refundar el capitalismo, sino para hacerlo con el socialismo
La burbuja ha estallado. La onda expansiva está siendo, y lo será aún más, mayor de lo previsto por los gurús de la globalización. No hablamos de burbujas inmobiliarias, ni del empleo o las hipotecas basura, ni siquiera del crecimiento insostenible y depredador con el medio ambiente. Hablamos de la madre de todas las burbujas, la del capitalismo.
Decía Ralph Nader que su padre se preguntaba durante la cena cómo se mantiene el capitalismo. Tras una breve reflexión, se respondía a sí mismo diciendo que, "al final, le salva el socialismo". Ha llegado el momento de poner pie en pared. Apostamos por una iniciativa netamente de izquierdas frente a la crisis, la política y la económica. Pero con lo que no estaremos nunca de acuerdo es con que esa iniciativa sirva únicamente como hospital del capitalismo.
Estamos ante un momento histórico. Las prioridades están claras. A nivel nacional, lo primero es aplicar las recetas urgentes para cortar de raíz la sangría de destrucción de empleo que nos hará empezar 2009 con más de 3 millones de parados y cerca de un 14% de desempleo. Se hace necesario que los trabajadores y trabajadoras -esos mismos que han contribuido a la última década de vacas gordas de bancos, grandes empresas e inmobiliarias con la contención de sus salarios y sin beneficiarse de la bonanza económica- dispongan de un amplio colchón para amortiguar un golpe que va directamente dirigido a ellos. Igual pasa con las pequeñas y medianas empresas, y con aquellos colectivos a los que se atornilla aún más en sus dificultades, como son las mujeres, los jóvenes o los inmigrantes.
Se hace necesario que los trabajadores dispongan de un amplio colchón para amortiguar el golpePero esto no significa que pretendemos, como sí parecen querer otros, repartir la deuda del capitalismo. Para socializar las pérdidas del sistema ya están aquellos que, dentro y fuera de nuestro país, aprueban fondos de miles de millones de euros para dar liquidez, entre otros, a bancos que siguen repartiendo dividendos de escándalo entre sus accionistas y preparan jubilaciones anticipadas para sus empleados a pagar con fondos públicos sólo para que no se tuerza su curva de beneficios.
Deseamos aprovechar esta oportunidad no para refundar el capitalismo, sino para hacerlo con el socialismo, en torno, en primer lugar, a propuestas concretas para paliar la crisis y, en segundo, a aquellas de fondo que cambien el sistema financiero internacional, nuestro propio sistema económico y la forma de entender la política transformadora. Estamos no sólo ante una crisis financiera, sino ante la crisis del modelo productivo y de la economía real, la que afecta al bolsillo de todos.
¿Y con qué nos encontramos? Para empezar, vemos cómo el Gobierno socialista no responde a la grave situación desde la perspectiva de un socialismo de futuro. No es hora de medias tintas. Es momento de abrir el debate de lo que debe ser el Socialismo -con mayúsculas- del siglo XXI. Ya no vale con sacar a Keynes de procesión y ponerle de trinchera frente a la voracidad de los neocon de uno y otro lado del Atlántico. Ya no vale con vender la idea de unos presupuestos con un pretendido carácter social y seguir en el vagón de cola de la UE en inversiones para la familia, la educación o de I+D. Los eslóganes que maneja el Gobierno duran lo que tarda en salir el siguiente dato del paro, de la producción industrial o la última encuesta del CIS con los problemas que más nos afectan.
Participación públicaEstá bien haber querido una silla en la reunión del G-20 y codearse con lo más selecto de la economía mundial, pero estaremos muy atentos para ver quién permanece quieto sobre ella y quién la usa para tener voz propia en las mesas de debate que seguirán. No queremos que Rodríguez Zapatero se convierta en un turista accidental, ni mucho menos emule al americano impasible.
Parafraseando al Nobel de Economía Paul Krugman, los gobiernos, cuando dan fondos sin contrapartida alguna a los bancos y al conjunto del sistema financiero -como ha pasado en EEUU con la Iniciativa Paulson o aquí con el fondo impulsado por Rodríguez Zapatero- echan el agua en una cesta. Y no están los tiempos para desperdiciar ni una gota.
No negamos la necesidad de las ayudas, pero deben ser a cambio de tomar posiciones en el sector financiero. ¿Qué garantiza la compra de acciones en vez de la compra de activos aprobada? Pues, entre otras cosas, la propiedad, para no socializar sólo las pérdidas, sino también los beneficios. Garantiza el control y las contrapartidas que acarrea, de lo que no se ha preocupado el Gobierno del PSOE. ¿Cómo va a controlar si no el Ejecutivo la reducción de los pagos abusivos de los directivos?¿Cómo va a garantizar la vinculación entre dividendos e inversión, o que no se repartan dividendos mientras se recibe dinero público? De ninguna manera. De la otra forma sí hay transparencia para recuperar lo invertido.
Este es un ejemplo concreto de por qué apostamos por la participación pública en el sistema financiero, pero también lo hemos hecho siempre de forma radical en la Sanidad, la Educación o la Vivienda. Es la forma de que la Constitución no se quede en papel mojado. Somos de izquierdas, somos republicanos. Algunos de quienes nos acusaban de no tener los pies en el suelo son los mismos que ahora preconizan un intervencionismo gratis total, tras años de sacralizar el superávit público. Son los que se sientan sobre los salvavidas del dinero público y cuelgan sus piernas mientras ven pasar la crisis y cómo se acerca la recesión. Esa misma crisis que no han reconocido hasta hace bien poco y cuya sola mención nos convertía a los demás en antipatriotas.
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