Este artículo se publicó hace 15 años.
Sánchez Piñol se adentra en la miseria humana con "Trece tristes trances"
Tras el éxito de "Pandora en el Congo", Albert Sánchez Piñol vuelve a dar rienda suelta a su imaginación con "Trece tristes trances", un libro que "se adentra en la soledad y en la miseria humana" con "sarcasmo" y "con un humor desencantado", según explica el autor en una entrevista con Efe.
Además de escritor, Sánchez Piñol es antropólogo y no duda en afirmar que esa faceta se refleja en su literatura, que, según el autor, "no es una literatura del yo", sino una "transcripción" de lo que le cuentan sus personajes imaginarios.
"La escritura es algo muy parecido al proceso chamánico", asegura Piñol (Barcelona, 1965), para quien imaginar es una práctica infantil que "'desaprendemos' de adultos".
Sin embargo, no cree que la sociedad sufra una crisis de la imaginación, porque "cuando no te gusta lo que tienes alrededor inventas otra realidad". "Es una escapatoria falsa -añade- pero a mí me da satisfacción".
Su visión desencantada de la sociedad actual no tiene que ver con la crisis económica, que según Piñol "es un tema muy recurrente", sino con su trabajo como antropólogo, que le ha llevado a vivir acontecimientos "tristísimos" como la guerra civil del Congo de 1998.
"Si entras en contacto con otras culturas tan distantes, te das cuenta de la tontería en la que se asienta toda nuestra civilización y que se basa en falsedades", asegura. "Creemos que somos la sociedad más libre del mundo, pero quien manda es el despertador".
Un hombre que se pasa una vida intentando construir su identidad, un espantapájaros que pretende ser amigo de los pájaros, encuentros con hombres de la luna o un oficinista engullido por una ballena son algunos de los personajes de "Trece tristes trances" (Alfaguara), con los que Sánchez Piñol explora las "contradicciones" de sus personajes.
Trece fábulas protagonizadas por personajes que comparten la "máquina de insatisfacciones" que, según el autor, ha generado la sociedad. "Hemos creado necesidades artificiales, de las que no queremos prescindir, y nos generan frustración", asegura; "sin embargo -bromea- nunca he conocido a un pigmeo deprimido".
Aunque Piñol es consciente de que sus cuentos son un reflejo de la realidad, no cree que la literatura "resuelva nada" y su máxima aspiración es "que el lector experimente un cierto grado de lucidez y se lo pase bien".
"Lo máximo a lo que podemos aspirar es a crear ciudadanos lúcidos, hacia donde tenga que ir la transformación de la sociedad no me atrevo a decirlo, no soy político ni sermonista", concluye.
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