Este artículo se publicó hace 16 años.
La seguridad del G8 acaba con la quietud japonesa de Hokkaido
Llegar a la cumbre del G8 de Hokkaido, en el remoto norte de Japón, es una tediosa procesión de vehículos de prensa que circulan a menos de 50 kilómetros por hora, seguidos y precedidos por decenas de autobuses policiales y militares.
Desde la carretera es difícil ver a los lugareños de la isla, cubierta por bosques y plantaciones de flores y hortalizas, pero es inevitable dar, cada escasas decenas de metros, con uno de los omnipresentes policías antidisturbios.
Decenas de autobuses azules, antiguos pero perfectamente conservados como es el uso nipón, transportan de un lado a otro los contingentes de policías y causan el embotellamiento de las carreteras.
La lentitud es una característica natural de Hokkaido, una isla-jardín en verano y una manta de blanco inacabable en invierno, pero el cordón de seguridad ha tornado la calma en impaciencia.
La demora provoca que el trayecto entre el aeropuerto y el centro de prensa, a unos cien kilómetros de distancia, tome más de dos horas y media.
El esfuerzo japonés en seguridad es total: barcos de guerra, helicópteros militares y hasta un avión AWACS vigilan la cumbre del G8 que comienza mañana.
Pero la sensación de que la policía está en todas partes no comienza en el aeropuerto de Sapporo, porque Tokio ya está tomado desde hace días por 20.000 agentes, tantos como los desplegados en Hokkaido para prevenir un ataque terrorista.
El Gobierno nipón quiere proteger los distritos tokiotas que más gente atraen después de que en 2005 el atentado múltiple de Londres golpeara el Reino Unido durante la celebración de la cumbre del G8 en Gleneagles, Escocia.
Este fin de semana ha sido habitual ver a policías pedir la documentación a conductores y peatones en el distrito nocturno de Roppongi, en el centro de la capital japonesa.
Cuando el visitante llega por fin al centro de prensa de Rusutsu, a unos treinta kilómetros del hotel de lujo donde se reunirán los líderes de los países más industrializados del mundo, la diligencia japonesa vuelve a florecer.
Decenas de empleados y voluntarios de la organización impiden que los cientos de periodistas acreditados deambulen perdidos por los pasillos del Hotel Rusutsu, una estación de esquí durante el invierno ubicada junto a un parque de atracciones.
En un rápido paseo por los pasillos del hotel el visitante se encuentra los habituales mostradores de información y puestos de varias ONG, pero también la improbable estampa de una banda de música formada por unos muñecos mecánicos, varios puestos de comida rápida japonesa y hasta un tiovivo.
Para el grueso de los periodistas la organización ha levantado un imponente pabellón de madera, completamente reciclable y desmontable, que enorgullecería a las multinacionales de muebles para montar en casa.
El empeño en el respeto al medio ambiente ha sido tal que el diseño del pabellón incluye un sistema para almacenar la copiosa nieve que ha caído durante el invierno y ahora sirve para alimentar el sistema de aire acondicionado.
Pero a pesar de las atenciones a los periodistas, los equipamientos del centro de prensa palidecen ante el extremo lujo del Hotel Windsor Toya, donde se alojarán el presidente de EEUU, George W. Bush; el primer ministro nipón, Yasuo Fukuda, y el resto de los líderes del G8 junto a sus comitivas.
Habitaciones de lujo, la más exquisita comida de Hokkaido, conocida en Japón por la calidad de sus productos, un vestíbulo con una cristalera que no abarca la vista y las más selecta de las atenciones del servicio nipón.
Y además del lujo está la seguridad, porque la situación del hotel que acoge la cumbre, en lo alto de una colina entre un lago y el océano, lo convierte en un fortín inexpugnable.
Sólo una carretera da acceso al edificio.
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