La palabra templario evoca, con sólo nombrarla, un pasado de poder y misterio que se perdió con la disolución de la orden por el Papa Clemente V en 1314. Pero aunque esos monjes-soldado fuesen eliminados y despojados de sus posesiones para siempre, en lo que fue la antigua Corona de Aragón sus huellas todavía permanecen. La ruta Domus Templi (las Casas del Temple) las recupera a través de un itinerario que recorre una zona que en su tiempo fue de cruzadas y que hoy destaca por su patrimonio arquitectónico y artístico.
Tres territorios y 250 kilómetros componen el recorrido, que se puede realizar en un fin de semana. La ruta une las ciudades de Monzón (Huesca), Lleida, Miravet, Tortosa (ambas en Tarragona) y Peñíscola (Castellón). Cinco puntos que no han sido elegidos al azar: en ellos se encuentran otros tantos castillos templarios que aún hoy siguen asombrando por sus imponentes ubicaciones y su buen estado de conservación.
Domus Templi discurre, básicamente, por escenarios de los siglos XI y XII en los que los templarios llegaron a articular grandes dominios feudales. Una zona de cruzadas en la que el viajero encontrará conventos, torres e iglesias que retrotraen a otra época. En ellos es posible imaginarse la vida de la Orden del Temple, fundada en Jerusalén en 1120 y que llegó a convertirse en una poderosa fuerza militar.
Hasta su disolución en el siglo XIV, el Temple recibió numerosas donaciones que le permitieron consolidar su poder feudal, administrado desde imponentes fortalezas. La Corona de Aragón no fue una excepción, y los ojos del viajero no pueden por menos que detenerse frente a esos castillos que siguen dominando, siglos después, los territorios sobre los que se asientan. El de Monzón atesora el logro de haber sido el último bastión de los templarios en caer, después de un largo asedio. El de Gardeny, en Lleida, conserva la torre del homenaje, parte de sus murallas y hasta una iglesia en la que admirar uno de los pocos testimonios europeos de pintura mural en edificios de la Orden.
Miravet destaca por sus innovaciones arquitectónicas: se trata de un castillo-convento de estilo románico de transición con fórmulas cistercienses. La encomienda de Tortosa, por su parte, fue pionera en el Bajo Ebro y controló el paso fluvial y la puerta principal de la ciudad. Peñíscola, al final de la ruta (o al principio, según el orden en el que se realice) es en cualquier caso una agradable sorpresa, puesto que se trata del castillo templario mejor conservado de todo el recorrido. Su entorno, además, resulta de lo más evocador: una pequeña y rocosa península rodeada por las aguas del Mediterráneo, que aquí adquieren un intenso color azul.
Cinco castillos y 250 kilómetros tras las huellas de unos monjes-soldado que, siete siglos después de su violento final, siguen fascinando a quienes se acercan a conocer su legado.
www.domustempli.com
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