Este artículo se publicó hace 14 años.
Seúl o la esperanza de rescatar el G-20
La cumbre, que se inicia mañana, debate temas cruciales
Belén Carreño
Una ola de excitación internacional precede la celebración del nuevo encuentro del G-20 en Corea, que se inicia mañana. Tras el aburridísimo encuentro el pasado junio en Toronto, una ciudad gris que enmarcó una reunión descafeinada con una comunicado final soporífero y heterogéneo, Seúl representa la esperanza de que el G-20 recupere su capacidad de iniciativa frente a la crisis.
La guerra de divisas tiene muchas papeletas para ser el centro de atención de lo que algunos denominan "el gobierno" de la economía global, pero otros asuntos conviven en la agenda de los mandatarios, preocupados por la fragilidad de la recuperación económica. Los focos de atención se han ido desplazando vertiginosamente desde la primera reunión que celebraron los jefes de Estado de este nuevo club en Londres en abril de 2009. Si en esa fecha el objetivo eran los planes de estímulo sincronizados y el rescate de las entidades financieras, el G-20 ha pasado a preocuparse por el déficit y los problemas de regulación a largo plazo, y ahora busca solución a los peligros del proteccionismo y la necesidad de crear empleo.
Aunque la cumbre de Toronto acentuó el descrédito internacional hacia el G-20, lento en ocasiones y magnánimo para muchos con los culpables de la crisis, también pudo marcar su punto de inflexión.
El anunciado deterioro o incluso final de la coordinación internacional, que se tradujo en un comunicado lleno de soluciones a la carta, parece haber inyectado energía en los mandatarios internacionales, que esperan acuerdos de amplio alcance entre esta reunión y la siguiente, que tendrá lugar en Francia.
La expectación viene precedida por el sorprendente compromiso antiproteccionista que hace unas semanas contrajeron los ministros de Finanzas del G-20 en una reunión preparatoria también en Corea. Un fulminante e inesperado acuerdo para repartir de forma más equilibrada la cuota de poder en el FMI (con más peso para los emergentes) llevó a un aparente pacto de no agresión entre dos gigantes económicos: China y EEUU. Este acuerdo ha propiciado el apoyo chino a la masiva inyección de liquidez de la Fed, duramente criticada por Alemania.
Ese pacto informal permite albergar esperanzas de un acuerdo en materia de divisas, pese a que en las últimas semanas el mundo ha asistido a acusaciones, réplicas, críticas y malas caras entre ministros de Economía, gobernadores centrales y presidentes de Gobierno por los desequilibrios entre las monedas.
El clima internacional recuerda al que se vivió alrededor de Bretton Woods, la cumbre que tras la Segunda Guerra Mundial fijó el nuevo orden económico mundial. Tanto es el parecido que en los últimos días han resurgido con fuerza propuestas similares a las que se lanzaron entonces. El secretario de Estado del Tesoro de EEUU, Timothy Geithner, pedía en la cumbre preparatoria un límite para el exceso o el déficit de la balanza de pagos. Más o menos la misma propuesta que hizo Keynes por Reino Unido en 1945 y a la que EEUU se negó. El lunes pasado fue el presidente del Banco Mundial, Robert Zoellick, el que sugirió el regreso a una suerte de patrón oro, que también nació de aquel encuentro.
Estos movimientos invitan a pensar que el G-20, pese a su lentitud y asincronía, tiene capacidad para generar debates interesantes y para recuperar ideas como la tasa Tobin (cuya discusión ha sido retrasada a la cumbre de Francia) o bendecir los recortes de los bonus financieros. Seúl decidirá si estas expectativas son reales o sólo un objetivo voluntarista.
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