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El sueño de la selva

El británico Edward James alzó durante 20 años en Xilitla, México, un tributo arquitectónico al surrealismo

GUILLAUME FOURMONT

¿Quién es el hombre de pelo corto y camiseta blanca que se esconde en el cuadro de Salvador Dalí Cisnes que reflejan elefantes? La respuesta, hay que buscarla en el corazón de la selva mexicana, a unos kilómetros de San Luis Potosí, donde construcciones blancas torcidas y comidas por la vegetación parecen salir de una obra del pintor surrealista. Ahí vivió Edward James, excéntrico millonario británico y, entre otras muchas cosas, mecenas de Dalí.

Xilitla, “el lugar donde viven los caracoles” en lengua nahuatl, es una ciudad de poco interés, aunque la puerta de un sueño surrealista en el corazón de la jungla. A 450 kilómetros al noreste de la contaminada DF, donde la Sierra Madre se hace selva, lejos de las rutas turísticas, se abren los caminos hacia Las Pozas, delirio arquitectónico, fruto de la imaginación de James.

Nacido en Escocia en 1907 en una rica familia de industriales, James se enamoró de México en 1947 cuando, mientras se bañaba en una laguna de Xilitla, miles de mariposas le cubrieron todo el cuerpo. James, mecenas de René Magritte y amigo de Man Ray o Aldous Huxley, lo vio como una señal y decidió comprar tres hectáreas de jungla donde sólo reinaban los pájaros y la vegetación.

Tras dos kilómetros de un camino de piedras, las columnas dan la bienvenida al “santuario para mis ideas y quimeras” de James. Una escultura rinde homenaje a Max Ernst. Es un salto en un mundo fantástico: serpientes de más de dos metros de largo; manos gigantescas –dicen que son para proporcionar paz al viajero–; escaleras que suben al cielo; columnas que no sostienen más que aire; arcos que parecen plantas.

Lo mejor es perderse en ese delirio arquitectónico para entenderlo, vivirlo. Uno de los sueños de James era coleccionar orquídeas exóticas gigantes, hasta que una gran helada acabó, en 1962, con su ambición. Junto a Plutarco Gastélum, un indio Yaqui, decidió edificar Las Pozas. Veinte años, cinco millones de dólares y 36 obras de arte más tarde, el santuario de James se hacía realidad.

La naturaleza más exuberante y el cemento de las esculturas se estrechan hasta confundirse. Desde la muerte de James, en 1984, nadie vive en las cabañas que servían de refugio para los obreros que la construyeron. Kako, el hijo de Plutarco, es el guardián de este museo a cielo abierto.

En el silencio de la selva –se oye correr el agua de las lagunas y el canto de los pájaros–, se imagina a Edward James, vestido de su larga túnica blanca. También dicen que paseaba desnudo, con su loro en el hombro y sus perros, buscando la inspiración. Inevitable es pensar en el señor Kurtz de El corazón de las tinieblas, aunque Las Pozas sólo refleja una cosa: la belleza y la libertad absoluta de la imaginación.

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