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Tarantino cumple un viejo sueño

El director estadounidense presenta su filme sobre la II Guerra Mundial

SARA BRITO

El único capaz de sembrar nervios infantiles en los estómagos de los miles de acreditados en Cannes y provocar que la Croisette se colapse por primera vez es también el que dejó con cara de póquer a sus seguidores más entregados.

Desconcertó la falta de acción, de evasión, de batallas y pulp, aunque algo haya, cómo no. Inglorious Basterds (Malditos bastardos en español) es una película de interiores; más de lenguaje que de acciones, más de cultismos que de cultura pop.

No es sólo un spaguetti western con iconografía nazi, como había advertido Tarantino, sino una declaración de amor al cine. Un arte capaz de cambiar el curso de la guerra.

Tarantino llegó ayer acompañado de sus bastardos Brad Pitt y compañía al festival que considera 'los juegos olímpicos del cine' y aseguró emocionado que no se considera 'un director americano' en absoluto. 'Hago películas para el planeta Tierra', dijo.

Poco le faltaba para salir volando. El director, que ganó la Palma de Oro en 1994 con Pulp Fiction, cumplió ayer un viejo sueño: presentar una película cuyo guión lo había perseguido durante años. Inglorious Basterds nace de Inglorious Bastards, que es lo mismo, pero no es igual.

En realidad, cualquier parecido con el original es fugaz. La película bélica, de acción y humor macarra, que firmó el italiano Enzo G. Castellari en 1978, es sólo un punto de partida: Tarantino no rueda una sola persecución, no se entrega a coreografiar secuencias de guerra y no hace bromas chuscas, sino refinadas.

Tarantino sigue siendo el gran fagocitador, pero se lanza a territorios menos conocidos, el de las referencias europeas, que van de Clouzot a Chabrol. Pero hay cosas que no cambian: juega sus cartas a la construcción de unos personajes memorables y al juego dialéctico, aunque esta vez, sea uno donde las sutilezas idiomáticas aquí se habla francés, alemán, inglés e italiano hacen saltar la chispa.

1944 en la Francia ocupada. El general Landa (Christoph Waltz) llega a una granja donde sospecha se esconde una familia de judíos. Es la primera aparición del personaje clave de Inglorious Basterds, un nazi cazador de judíos de gustos e inteligencia refinada y un dominio insólito de cuatro idiomas.

Brad Pitt se convierte, a la sombra del enorme Waltz, en un personaje secundario, Aldo Raine, el teniente que comanda la banda de bastardos que caza nazis.

Construída en cinco capítulos, la película arranca con un 'Érase una vez en la Alemania ocupada', un guiño a Sergio Leone. En realidad, los dos primeros capítulos son un western, que cuenta hasta con un batallón que se dedica a cortar cabelleras. Luego, se convierte en un filme de espías: el capítulo de La Lousiana, que sirve de núcleo al filme, es para Tarantino 'un Reservoir Dogs comprimido en la Segunda Guerra Mundial'.

Y en la última parte, el homenaje al cine es a tumba abierta. El celuloide será el material que hará posible la tan esperada venganza judía. 'Es metafórico y literal', dijo Tarantino, 'el poder del cine es capaz de hacer saltar por los aires al III Reich'.

En realidad, todo gira en torno al celuloide, desde las bromas a los personajes a la película dentro de la película; Orgullo Patrio es el nombre del filme ficticio que rueda la estrella del cine de propaganda, Fredrick Zoller (Daniel Brühl) y cuya premiere será el clímax sosegado de la trama. Pero también está el personaje de B. Hammersmark (Diane Kruger), una estrella de la UFA alemana, que trabaja de espía para los británicos o el de de Shosanna (Mélanie Laurent), una judía que regenta un cine en el París ocupado.

La última línea de Pitt parece el último guiño, no sin ironía, de un Tarantino menos obvio, y, desde luego, menos rítmico: 'Esta puede que sea mi obra maestra', dice Aldo Raine al marcar una esvástica en la frente del Hans Landa. Al menos puede ser el principio de algo nuevo.

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