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Tarde de ciego en la ciudad de los vinos

ANA REQUENA AGUILAR

Pertenezco a esa generación con el sentido del vino algo alterado a causa del calimocho, esa bebida baratera mezcla de coca cola y vino, que en el mejor de los casos era Don Simón sin caducar. Desde hace tiempo trato de rehabilitar mi paladar con la inexcusable ayuda de mi padre, un gourmet de los caldos atormentado por el pasado calimochero de su hija.

Compartimos una oportunidad para poner remedio a mi paladar y me lo llevo a la Rioja Alavesa, a ver vides y hacer nuestra propia versión de Entre copas. Cuando me recoge en la estación con el coche, el hombre ya quiere engatusarme para pasar por no sé qué bodega que hace un vino que no se encuentra fácilmente y que tiene ganas de probar. Cogemos la carretera y nos dirigimos a San Vicente de la Sonsierra.

Las bodegas se suceden, las hay por todas partes. Al fin voy a poder rehabilitar mi paladar, castigado por años de calimocho

El cielo está gris y hace fresco. 'Mira, esto es un océano de vides', dice mi padre. Las cepas se extienden a un lado y a otro de la carretera. Cerca, vides; lejos, vides. Las bodegas se suceden, las hay por todas partes.

Llegamos a la bodega de Abel Mendoza. Mi padre la ha descubierto en su busca de buenos vinos blancos de La Rioja. Nos recibe Maite, su esposa, que atiende otra visita. Abel sale a saludarnos. 'Esto es todo lo que hay, es una bodega de juguete', nos dice refiriéndose al lugar donde estamos. En dos paredes se amontonan las poco más de cien barricas que tienen. El resto del espacio lo ocupan los depósitos y una pequeña embotelladora.

Abel y mi padre se ponen de cháchara vinícola y a veces usan términos que no entiendo. De lo que si me doy cuenta es de que Abel es un artesano y un apasionado de su trabajo. Su padre y su abuelo ya se dedicaban al mundo del vino. Él es un viticultor y bodeguero que busca 'trajes' para los vinos. Le hago preguntas y sus respuestas son largas. Me explica el tipo de vinos que buscan, me habla de sus limitaciones, de que su público es concreto, de sabores, de aromas, de campo.

Después, Abel nos ofrece ir a ver sus vides, y allí que vamos subidos en su cuatro por cuatro algo descacharrado. 'Este es mi viñedo experimental, aquí hay de todo', nos dice cuando llegamos. Nos da a probar uvas de cada variedad que tiene plantada. Están que te cagas, como diría el propio Abel. Desde luego no tienen nada que ver con las que compro en el supermercado. Yo en otoño quiero comer de estas. 'Eso ya es un poco más difícil', me advierte. Salimos encantados de nuestra visita a Maite y Abel. Mi padre ha hecho sus primeras adquisiciones y yo ya voy un poco borracha.

Nuestra siguiente etapa son las bodegas del Marqués de Riscal, en Elciego. Al coger la última curva antes de entrar al pueblo ya vemos a lo lejos el edificio de Frank Ghery. Es rompedor, pero queda precioso. Sólo con entrar al recinto comprendo que esto es la otra cara del mundo del vino: cien mil metros cuadrados, aparcamiento, tienda, guías y unas bodegas enormes.

Recorremos la parte moderna y la antigua, entre las dos almacenan casi cuarenta mil barricas. Ahora sé por qué Abel dice que la suya es de juguete. Mi padre y yo nos quedamos especialmente impresionados con una bodega subterránea donde guardan miles de botellas de todas las añadas. Huele a viejo y el lugar está lleno de telarañas. Hay botellas cubiertas de polvo por completo. Natalia nos explica que sólo se abren para ocasiones especiales. Fue así como convencieron a Ghery para que aceptara el proyecto. Le abrieron una botella de su año y el tío quedó encantado.

Recorremos también el hotel de Ghery. Espectacular, qué más puedo decir. Conocemos al cocinero, Ramón Piñeiro, que nos mete en la cocina a enseñarnos los entresijos y nos da a probar cosas riquísimas. Mi padre y yo nos hacemos fotos en las terrazas. Mires por donde mires, las vistas son preciosas. Catamos unos vinos que nos están deliciosos. A mí, el blanco me deja un sabor a frutas tropicales: parece que mi paladar se está poniendo señorito. Poco a poco, el calimocho queda desterrado de mi vocabulario.

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