Este artículo se publicó hace 16 años.
Tatuarse, una práctica "tan antigua" como el ser humano
Tatuar o perforar el cuerpo son prácticas "tan antiguas como el ser humano", recuerda el antropólogo Juan Luis Chulilla, para quien se trata de "una forma más de comunicación. Hablar de moda es muy reduccionista".
Reservada durante siglos a los hombres, esta ancestral forma de comunicación corporal ha estado ligada hasta no hace mucho a grupos marginales, a presidiarios, marineros o prostitutas.
"Hoy es un artículo de consumo más", afirma el citado antropólogo, que conecta su auge actual con la cultura del culto al cuerpo, "con esa obsesión por lo corporal, por lo físico".
Habla también, al referirse a los jóvenes, de un deseo de transgresión, "de diferenciarse de sus padres, que siguen considerando los tatuajes como un estigma social".
"En otras épocas y otras culturas -insiste el antropólogo- los valores asociados a la exhibición de tatuajes eran completamente diferentes".
Hace muchos años, señala Rosa Ortega, de la Academia Española de Dermatología y Venereología, "las personas que llevaban tatuajes estaban poco integradas en la sociedad y tenían un bajo nivel intelectual. Existía una estrecha relación entre la localización, el motivo, el número de tatuajes y la situación de la persona".
Y pone varios ejemplos: "una rosa tatuada en el antebrazo era frecuente en alcohólicos; el número 13 sobre una M se lo tatuaban los consumidores habituales de marihuana; una jeringuilla dirigida hacia la vena en el brazo lo llevaban muchos heroinómanos; en los tatuajes de los legionarios siempre aparecía la palabra madre".
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