Este artículo se publicó hace 13 años.
Un termómetro averiado
Para el comisario de Mercado Interior, Michel Barnier, "romper el termómetro no va a curar la fiebre". Con esta expresión se refirió recientemente, en conversación con Público, a la complejidad de meter en vereda a un sector que, tras tres años desde el estallido de la crisis financiera, sigue campando a sus anchas. Mientras, Bruselas sigue inmersa en eternas consultas de cara a su tercera norma para regular el sector, tras dos intentos baldíos.
Y, tras la propuesta, vendrá una dura negociación con los gobiernos y la Eurocámara, que podría demorarse años. Europa tiene fiebre (la de la deuda soberana), pero el termómetro parece marcar grados de más desde hace más de un año. Sin embargo, la Unión Europea, que culpa a EEUU de exportar la crisis de las hipotecas basura, sigue fiándose ciegamente de empresas de ese país con un margen de error costosísimo.
El Banco Central Europeo inyecta liquidez en función de los análisis del oligopolio compuesto por Fitch, Standard & Poor's y Moody's. Gobiernos como el español se han desmarcado de las demandas judiciales contra las compañías o la creación de una nueva, con capital europeo, que aporte pluralidad. ¿Dónde está la explicación? En la reacción del mercado a corto plazo. Según los médicos del mercado, no aceptarían un cambio de termómetro y expulsarían al paciente del hospital. Ante ese escenario, intereses financieros y gobiernos siguen optando por una lenta agonía.
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