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TESTIGO - De regreso a Berlín para recordar el Muro

Reuters

Martin Nesirky fue corresponsal de Reuters en la República Democrática Alemana y en Berlín Occidental entre 1987 y 1991. Ahora es portavoz de la Organización para la Cooperación y la Seguridad en Europa

Por Martin Nesirky

Al regresar a Berlín en octubre por primera vez desde hace una década para asistir a una reunión con corresponsales y diplomáticos, me sumé a la inevitable caza turística del Muro, del cual quedan algunos restos en medio de los ostentosos nuevos edificios.

El Palacio de la República, la sede del Parlamento conocido por los berlineses del Este como el Lastre de la República, no existe desde hace tiempo.

Tampoco queda mucho del centro de prensa donde yo trabajaba y donde el jefe de prensa de la RDA, Günter Schabowski, pareció sorprenderse a sí mismo con el críptico anuncio que dio paso al derrumbe del Muro.

Pero creo que lo que fui a buscar sigue estando allí: ecos de las conversaciones y observaciones, vívidos pese a que han pasado 20 años.

En el famoso Checkpoint Charlie me paré bajo la lluvia mirando lo que solía ser el cruce fronterizo y recordé cuando vi al primer alemán oriental cruzando a Berlín Occidental, con los brazos estirados en el aire y ojos de incredulidad.

Yo crucé el puesto desde el este hacia el oeste un poco antes de que los guardias comenzaran a permitir el acceso. Es un cruce que había hecho decenas, si no cientos, de veces: dos veces con un gato en el maletero y la radio encendida. Está demás decir que pasar por allí fue mucho más inquietante el 9 de noviembre.

Una gran parte de esa noche transcurrió en un torbellino frenético y emocionante de conversaciones y notas garabateadas, buscando teléfonos cuando no existían los móviles y con la emoción de ver el renacimiento de la ciudad de mis antepasados.

En el distrito Prenzlauer Berg donde vivía y el distrito Mitte donde a menudo me reunía con disidentes e intentaba evitar a la policía de seguridad de la Stasi, los ecos se escuchaban igual de fuertes, pese a que ahora las fachadas de los edificios son llamativas y los cafés elegantes.

En una calle empedrada, miré a mi alrededor, esta vez bajo el sol otoñal, recordando la escena de la noche de octubre de 1989 en que la policía uniformada y los agentes de la Stasi vestidos de civil rodearon a los manifestantes que pedían una reforma al estilo Gorbachov.

Entonces, bajo las débiles luces de las farolas, parecía más 1939 que 1989. Logré escapar metiéndome en un patio antes de regresar a casa para reportar la historia.

Era claro que algo tenía que cambiar, pero no sabía qué. Me acordé de un amigo en particular, pero no pude encontrarlo este octubre.

Al principio de mi misión, él fue la fuente de una exclusiva historia sobre una leve liberación de las restricciones de viaje en la RDA. Parece algo ridículo ahora, pero en ese momento fue un evento trascendente. Hasta envié la historia desde Bonn bajo el nombre del jefe de corresponsales para ocultar mi identidad y la de la fuente.

La primera vez que vi a ese amigo después del 9 de noviembre, se presentó con un cartel de advertencia que había arrancado en la frontera, para mí, la misma noche en que cayó el Muro.

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