Este artículo se publicó hace 15 años.
TESTIGO - La rueda de prensa que derribó el Muro
Volker Warkentin, un corresponsal del servicio alemán en Berlín, trabaja en Reuters desde hace 31 años. En esta noticia, cuenta la rueda de prensa del Gobierno de la entonces RDA sobre libertad de viaje que de manera inesperada llevó a la apertura del Muro de Berlín.
Por Volker Warkentin
No suele ocurrir que un anuncio histórico llegue como una idea tardía, casi por accidente, al final de una rueda de prensa por otra parte enormemente tediosa.
Pero así es cómo el gobierno comunista de la entonces República Democrática Alemana dijo a un mundo incrédulo que el Muro de Berlín, el símbolo más poderoso de la Guerra Civil, se iba a abrir después de tres décadas.
Tuve la suerte de ser testigo de la famosa rueda de prensa, la más famosa en la historia moderna de Alemania, celebrada el 9 de noviembre y convocada sin mucho ruido por el miembro del Politburó y portavoz Günter Schabowski.
Durante una hora, se extendió en las aburridas deliberaciones de un encuentro del Comité Central del Partido Comunista.
Muchos periodistas ya habían abandonado la sala pequeña, mal ventilada y sin ventanas del Centro Internacional de Prensa situada en la primera planta donde se celebraban las ruedas de prensa. Algunos se habían ido a casa, otros al restaurante donde la Stasi vigilaba a los periodistas extranjeros con una cámara oculta.
o libertad de viajar -, Schabowski no tuvo nada que decir hasta casi el final, cuando el periodista de la agencia de noticias italiana ANSA Riccardo Ehrman le hizo una pregunta a las 6:53 p.m.
"Por tanto... eh...hemos decidido hoy...eh...aplicar una regulación que permite a todos los ciudadanos de la República Democrática Alemana...eh...salir de Alemania Oriental a través de cualquiera de sus puntos fronterizos", dijo Schabowski.
Apenas parecía creerse sus propias palabras, y todos nos quedamos mudos. ¿Qué acababa de decir?
Se le preguntó cuándo entraría en vigor la nueva medida.
"Entra en vigor...según mi información.... inmediatamente, sin retraso", tartamudeó Schabowski, rebuscando entre los papeles que tenía delante de él mientras intentaba buscar más información en vano.
Después se supo que el anuncio no tenía que salir hasta las 4 de la mañana del día siguiente. También tenía que decir que los alemanes orientales podrían pedir el visado de un modo ordenado en la agencia estatal correspondiente. La repentina precipitación en las fronteras que desbordó a los guardias era probablemente lo último que tenía en mente.
LÁGRIMAS DE ALEGRÍA
Mi colega Herbert Rossler-Kreuzer y yo nos miramos incrédulos. "Eso es un alerta", dijimos a la vez, pensando ya en lo que íbamos a contar. Subí corriendo los tres pisos a la oficina de Reuters con la noticia más importante de mi vida. Tantos años de fumar no parecieron importar.
Cuando llegué apenas podía respirar, pero se lo solté a mis compañeros de la redacción. La alerta dijo así: "Los alemanes orientales podrán salir a Alemania Occidental de manera inmediata, dice Schabowski".
Ganamos a la competencia por dos minutos.
Nuestra oficina en Berlín Oriental había sido reforzada durante las intensas semanas anteriores de protestas. Los seis periodistas salimos por toda la ciudad para ver la apertura de un muro que durante tres décadas había dividido familias, una barrera que había costado la vida de decenas de personas.
Era una noche helada de noviembre, y los alemanes no suelen ser los más amistosos del mundo, incluso cuando brilla el sol. Pero esa noche eran los más contentos, los más amistosos, de todo el planeta. "Wahnsinn!" (¡Locos!) era la palabra que se oía por todas partes.
Nunca olvidaré los escalofríos que sentí al cruzar la Puerta de Brandenburgo, que hasta esa noche había permanecido 28 años en tierra de nadie, detrás del Muro. ¡Era verdaderamente de Wahnsinn!
Mucho después de la medianoche terminé mi última noticia y pude volver a casa, unos kilómetros al oeste de la frontera, en Berlín Occidental.
Normalmente era fácil pasar a través de la vigilada frontera, mostrando mi acreditación de prensa y mi pasaporte alemán. Pero esa noche, los puntos fronterizos estaban atiborrados de berlineses orientales que querían ver lo que había al otro lado del muro.
No me emociono fácilmente, con nada. Pero el espectáculo de estos lugares, normalmente vacíos, llenos de hordas de personas celebrando el final de la Guerra Fría, me llegó al alma.
Aparqué el coche en un lateral de la calle y me eché a llorar.
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