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Tokio después de medianoche

Cuando cae el sol, la ciudad desvela su cara más marchosa

MAR CENTENERA

Con la última campanada de medianoche se cierran las puertas del metro de Tokio. Y cinco horas de oscuridad y silencio se instalan bajo tierra. Pero en la superficie, el hechizo no se ha roto. Miles de neones, pantallas gigantes, semáforos, faros de coches o bicicletas y pequeñas cajas iluminadas en las que se intuyen personas insomnes garantizan que nunca anochezca del todo en la capital japonesa.

El desorbitado precio de los taxis asegura además que las calles principales nunca se queden desiertas: la mayoría de quienes se han estrellado sin éxito contra los cristales del último metro optará por seguir de fiesta o dormir cerca.

El rey indiscutible de la noche tokiota es el karaoke. Edificios de hasta ocho plantas con centenares de salas privadas en los barrios de Shibuya y Shinjuku pueden llegar a colgar el cartel de completo durante los fines de semana.

La prohibición de consumir bebidas alcohólicas que impera durante el día en los karaokes desaparece y en unos locales el pago por horas es substituido por una tarifa única (de entre 10 y 20 euros por persona) hasta el amanecer. Por otros diez euros, cadenas de karaoke como Pasela ofrecen barra libre y las consumiciones se piden por control remoto.

La única condición de esta tarifa es no quedarse dormido. Por eso, transcurridas unas horas, agotadas las canciones más populares, apagados los focos multicolor que recrean el escenario de un concierto, los amigos van cayendo sobre el sofá, vestidos aún con las pelucas y disfraces con las que han emulado a sus cantantes favoritos. Entonces, micrófono en mano, se turnan para hacer guardia. Cuando ya no pueden más, despiertan al más cercano y le pasan el testigo.

Los que prefieren bailar entre desconocidos, suelen dirigirse a clubs como el Womb, Air, Ageha y el Club Asia, donde pinchan los mejores Dj del mundo. Las pistas de baile se llenan de japoneses incombustibles, equipados casi siempre con bebidas energéticas y botellines de agua.

Pero aunque los clubs citados son los más grandes de la ciudad, es posible encontrar locales con cualquier tipo de música y bares temáticos en honor a grupos míticos. Es el caso del Abbey Road y el Cavern Club, dedicados exclusivamente a los Beatles. Ambos se encuentran a poco más de cien metros el uno del otro en el barrio de Ropponggi, el más internacional de Tokio, y comparten colas a diario.

Atravesar sus puertas es un viaje en el tiempo a Bristol en los años sesenta. Ayuda la decoración retro, los trajes y flequillos de los asistentes, pero las estrellas son los cuatro clones de los Beatles que cantan sobre el escenario, seleccionados entre miles de aspirantes.

Si las pilas se acaban antes del amanecer hay varias formas de pasar unas horas en posición horizontal: en la cama-nicho de un hotel cápsula (el Capsule Inn de Akihabara es uno de los pocos que aceptan mujeres), en el cubículo de un metro y medio cuadrado de un cibercafé o en la habitación kitsch de un love hotel.

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