Este artículo se publicó hace 15 años.
Los tontos hacen de listos y viceversa
Antonio Avendaño
Hay algo irritante en el caso Marta: es la sensación policial y judicial de impotencia para resolver un caso que sobre el papel no presentaba mayores dificultades que decenas de casos similares que casi siempre son esclarecidos.
Es como si de pronto el victorioso Barcelona fuera goleado en la primera mitad del partido por un equipo de torpes y desganados aficionados que ni siquiera viven del fútbol. La desconcertada afición quedaría sumida en una irritación inconsolable, pues cómo explicar que teniendo los mejores jugadores, lleguen de pronto cuatro matados que ni siquiera entrenan juntos y humillen así al campeón. Los asesinos de Marta son ese equipo de aficionados y el Estado es ese Barça mareado en la plaza pública por un puñado de espontáneos.
Nos desconcierta el caso Marta porque no encaja en ninguno de los relatos convencionales que utilizamos para narrar y comprender esta clase de sucesos. ¿Tres macarrillas de barrio teniendo en vilo a todo un aparato del Estado? Es como si los papeles estuvieran cambiados. Como si los listos hicieran de tontos y los tontos hicieran de listos. Algo está fallando y no sabemos qué diablos es.
Ante ese desconcierto, surgen las insinuaciones de siempre: hay que sacarles la verdad como sea. Y ya sabemos lo que significa "como sea". Es la vieja tentación del juego sucio. Pero el Barça no puede jugar sucio porque si lo hace dejaría de ser el Barça, y lo mejor de su afición le daría la espalda. Lo único que cabe hacer es seguir jugando porque el partido no ha terminado. Sólo cabe seguir intentándolo una y otra vez: por la izquierda, por la derecha, por el centro. Es la única manera de ganar el partido. O al menos la única manera de no perderlo indignamente.
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