Este artículo se publicó hace 15 años.
El Tratado de Lisboa: un gran paso para la UE, no una revolución
La Unión Europea da el martes un paso importante en su intento de tener mayor influencia en el mundo con la entrada en vigor del Tratado de Lisboa, pero cualquier sugerencia de que se convierta en una superpotencia mundial es en realidad un sueño lejano.
El tratado aumenta las competencias del Parlamento Europeo y simplifica la toma de decisiones. Además, crea un presidente estable del Consejo Europeo y da más fuerza al representante de política exterior, que tendrá un cuerpo diplomático propio.
Sus partidarios sostienen que establece los cimientos para la pretensión europea de tener más influencia en el nuevo orden mundial, ante la aparición de potencias emergentes como China tras la crisis económica mundial.
Sus detractores dicen que la UE ya ha socavado ese objetivo en el proceso de intentar obtener el apoyo de los 27 estados miembros, que se prolongó durante ocho años, y con la elección de políticos poco conocidos para los dos cargos más públicos.
Pero todos están de acuerdo en que el proceso de cambio será lento. Mucho dependerá de cómo definan sus nuevos cargos en los próximos años el belga Herman van Rompuy, nuevo presidente del Consejo, y la británica Margaret Asthon, representante de política exterior, y de la disposición de los estados miembros de situar las necesidades europeas por encima de los intereses nacionales.
"El tratado fortalecerá a la UE en un momento en el que necesita fortalecimiento y en un momento en el que los europeos están cada vez más vistos en el mundo como anticuados", dijo Hugo Brady, del londinense Centro para la Reforma Europea.
"¿Las cláusulas del tratado son la respuesta a la importancia cada vez menor de Europa en el mundo? No por sí solas, no. Pero esto acaba con un proceso de ratificación muy dañino, que estaba durando, durando y durando".
Daniel Gros, analista del Centro para Estudios de Política Europea en Bruselas, dijo que habrá muchos y buenos cambios organizativos, pero que el peso diplomático internacional de los Veintisiete no cambiará significativamente de un día para otro.
"No será una revolución", afirmó. "Al menos en los primeros años, el reto principal no es tanto resolver grandes crisis como hacer que la maquinaria funcione, y establecer precedentes que sean inútiles para después".
PERIODO TRASCENDENTAL PARA LA UE
El proceso de ratificación fue tortuoso, culminando con el "sí" de Irlanda en un segundo referéndum en octubre y la firma a última hora del presidente checo, Vaclav Klaus, el 3 de noviembre.
Luego vinieron semanas de negociaciones sobre quiénes ocuparían los dos nuevos cargos. La elección de Van Rompuy y Ashton el 19 de noviembre supone que los jefes de Estado y de Gobierno optaron por dos constructores de consensos en lugar de dos "superestrellas".
"La UE no es ningún superestado que cabalga valientemente hacia un nuevo amanecer", dijo el conservador británico Chris Patten, antiguo comisario de Asuntos Exteriores, tras esta designación.
Patten puso de manifiesto que el presidente de Estados Unidos no estuvo en los eventos del aniversario de la caída del muro de Berlín y esa misma semana estuvo en Asia.
"¿Hará Europa lo suficiente para hacerle cambiar de opinión la próxima vez que tenga que escoger? Tal y como están las cosas, corremos el riesgo de de hacer que Europa sea políticamente irrelevante", declaró al Irish Times.
Respecto a los dos elegidos, algunos analistas creen que su perfil puede ayudarles en el cargo.
"Unos designados muy conocidos habrían puesto en guardia a los dirigentes de los países más grandes", afirmó en su blog Stanley Crossick, presidente fundador del Centro de Política Europea de Bruselas.
RIVALIDADES QUE PERMANECEN
Tras las duras negociaciones para alcanzar un acuerdo sobre Van Rompuy y Ashton, el presidente de la Comisión Europea, Jose Manuel Durao Barroso, dio a conocer la semana pasada composición de su nuevo equipo, repartiendo las carteras más importantes entre los países miembros.
Estos cargos dan a los elegidos la posibilidad de influir sobre la política en sus respectivas áreas, aunque la tarea real de los comisarios es aplicar la legislación europea.
Los analistas hace tiempo que dicen que la UE tiene que dejar de lado las rivalidades nacionales si quiere que los Veintisiete, con sus 500 millones de habitantes, se conviertan en una potencia política que iguale su potencia económica.
Unas declaraciones del presidente francés, Nicolas Sarkozy, tras la designación de su compatriota Michel Barnier como nuevo comisario de Mercado Interior podrían sugerir que este objetivo aún está lejos. Le Monde le citó diciendo que esto suponía una victoria para Francia y una derrota para Reino Unido, donde en el sector financiero temen una regulación más estricta.
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