Este artículo se publicó hace 16 años.
La venganza catalana
La rotunda victoria socialista en Catalunya se vivía ayer con una mezcla de incredulidad y orgullo entre sus votantes y dirigentes, y escepticismo, entre los demás, en cuanto a la capacidad del PSC de mantener todo ese caudal de votos.
La paliza es de tal magnitud que es lícito preguntarse algunas cosas. ¿Estamos ante la tan cacareada sociedad postnacional que algunos pronosticaron para cuando acabase el pujolismo y que sólo el espejismo de la irrupción de ERC ha pospuesto unos años? ¿O es justo al contrario, que el PSC ha logrado sus mejores resultados cuando ha subrayado su autonomía frente al PSOE y es visto por los electores como capaz de defender los intereses de Catalunya en Madrid con más eficacia?
Los que defienden la primera opción pronostican que esta próxima legislatura no se van a repetir las tensiones del proceso estatutario y las relaciones entre Catalunya y España van a entrar en una senda de normalización. Los que defienden la segunda consideran que la tensión va a seguir igual, porque es inherente a nuestra realidad política, con la salvedad que ahora va a ser más subterránea y no tan visible, porque tendrá lugar en las entrañas del grupo socialista.
Es lo mismo que pasa con la interpretación de los resultados. Jordi Pujol se pasó la campaña advirtiendo que si los catalanes votaban mayoritariamente a PP y PSOE, es decir, en clave española, jamás en Madrid les volverían a tomar en serio. Ésta es una forma de verlo. Otra es que quizá el éxito del PSC se deba a una estricta clave catalana, es decir, que haya sido la respuesta mayoritaria de la población a una agresión externa, en este caso del PP, como mecanismo de autodefensa.
Voto prestado
En ese caso los catalanes han mandado un mensaje muy clarito: cuidado con quien quiera utilizarnos de forma torticera y poner en peligro nuestra cohesión interna porque vamos a votar a quien más daño le pueda hacer. Puede que entonces la ventaja del PSC del domingo tenga un componente volátil, de voto prestado para ocasiones especiales, como le pasó a Ibarretxe en 2001 ante la amenaza del tándem Mayor Oreja-Redondo Terreros.
En todo caso la lección del domingo es que los catalanes no son tan difíciles de contentar. Tienen esa angustia existencial que acompaña a todo aquél que se ve amenazado, incomprendido. Pero basta con que un presidente les haga algunos guiños y salga en su defensa ante el ogro nacionalcatólico para que se entreguen a sus brazos. Ahora bien, Zapatero también comprobó el domingo que el anticatalanismo y la utilización partidista del terrorismo reporta votosen el resto del estado. Ése será siempre el punto débil del PSOE, el flanco por el que les castigarán sin piedad, hasta que se decidan a hacer de verdad bandera de esa España plural que predicaban y que han escondido en su programa electoral. Hasta que no sean capaces de hacer eso, de asumir la plurinacionalidad del estado, su plurilingüismo, y de convertir en una arma lo que ahora perciben como una debilidad, siempre estarán al albur de los catalanes. Y puede que ese día no baste ya con la venganza catalana.
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