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Volver al pasado para ganar el futuro

ANTONIO AVENDAÑO

Ganar unas elecciones no sólo te vuelve más joven, más guapo y más carismático. También te vuelve más sabio. Nadie será nunca tan listo como al día siguiente de haber ganado unas elecciones. Antes de la victoria todas sus decisiones estaban bajo sospecha y, en todo caso, debían pasar por la máquina de la verdad para saber si se trataba de decisiones buenas y verdaderas. Tras la victoria ocurre todo lo contrario: sus decisiones ya traen incorporado de fábrica el anagrama de la bondad y la verdad. Sus decisiones son, de entrada, buenas y verdaderas simplemente porque las has tomado él: si finalmente resultan no ser así, dado que juega con ventaja será la realidad la que tendrá que tomarse el trabajo de desmentirlo aportando pruebas en su contra, mientras que cuando era un perdedor todo operaba de entrada contra él y lo que sus decisiones traían incorporado de fábrica era el estigma de la duda, la torpeza y el error.

José Antonio Griñán es un ganador y por eso tiene razón. Puntualicemos: tiene razón de momento, de entrada. Toda victoria otorga un plus de sabiduría al vencedor, pero en el caso de Griñán mucho más puesto que la suya fue una victoria inesperada para todos, para quienes ganaron y para quienes perdieron. La victoria del 25-M hizo de pronto a Pepe Griñán mucho más listo por la misma razón que hizo de pronto a Arenas mucho más tonto. El juego cruel de la política es así. Y es que, comparada con la de Griñán, la resurrección de Lázaro fue un juego de niños. No me llames Pepe, llámame Lázaro.

'La victoria del 25-M hizo a Griñán mucho más listo por la misma razón que hizo a Arenas mucho más tonto' Griñán tenía la posibilidad de poder hacer exactamente el Gobierno que le diera la gana y es lo que ha hecho: el Gobierno que le ha dado la gana. Si se exceptúa, naturalmente, la parte del Ejecutivo que correspondía a Izquierda Unida y ante la cual se habrá limitado a asentir, le gustara más o menos el perfil de los nombres propuestos por la coalición de izquierdas. En algunas cosas, este Griñán de 2012 recuerda al Zapatero de 2008, y no porque al expresidente del Gobierno lo dieran entonces por perdedor y consiguiera inesperadamente renovar su mandato, sino porque creyó que podía hacer el Gobierno que le diera la gana y, en efecto, lo hizo. ¿Se equivocó entonces Zapatero? Sí, se equivocó. Pero no porque se equivocara propiamente en aquel momento, sino porque sus equivocaciones posteriores y su derrota final han convertido retrospectivamente en equivocaciones aquellas decisiones de cuatro años atrás. ¿Se equivoca ahora Griñán? Imposible saberlo: sólo futuros errores y derrotas lo dirán. Para saberlo habrá que esperar a ver si la realidad empieza a operar contra Griñán, como sí lo hizo por cierto contra Zapatero casi al día siguiente de su victoria de 2008.

La configuración y estructura de su nuevo Gobierno indica que Griñán ha aprendido de sus errores, aunque no será fácil que lo admita porque en política cualquier cosa que admitas será utilizada en contra tuya. ¿Cuáles habían sido sus errores del pasado? En primer lugar, no haber creado un núcleo duro, bien engrasado, fuertemente cohesionado y nítidamente jerarquizado en el área de Presidencia. En su primer Gobierno encargó esa tarea a Antonio Ávila, pero las virtudes del consejero de Alcalá la Real, que son muchas, no eran las adecuadas para ese lugar. En un segundo periodo encomendó gubernamental encomendó esa tarea a María del Mar Moreno, cuyo perfil personal y político sí era adecuado para el cargo, pero Moreno no tuvo nunca los instrumentos que se precisan para llevar a cabo una tarea de ese calibre. Tenía el encargo de la coordinación, pero no las armas coactivas necesarias para hacer efectiva esa coordinación, de manera que todos los consejeros se pusieran en posición de ¡fiiiiirmés! cuando Moreno así lo ordenara.

La configuración y estructura de su nuevo Gobierno indica que Griñán ha aprendido de sus errores

Pues bien: las armas que no tuvo Mar Moreno sí parece que va a tenerlas Susana Díaz, su sustituta al frente de la Consejería de Presidencia, lo que a su vez la obligará a abandonar el cargo de secretaria de Organización del PSOE andaluz. Susana Díaz deberá ser al Gobierno de Griñán lo que Gaspar Zarrías fue a los Gobiernos de Chaves. Sus enemigos internos dicen que no tiene talento, talante ni recorrido político para ello, pero sus amigos (que también los tiene y muchos más que tendrá a partir de ahora) están ciegamente convencidos de todo lo contrario. Sea como fuere, pronto lo sabremos: en un cargo como ese es imposible no saberlo pronto.

Y también ha vuelto Griñán al modelo de su predecesor al reordenar de nuevo el área de la Portavocía del Gobierno. El cargo ya lo desempeñaron con solvencia los periodistas Rafael Camacho y Enrique Cervera y ahora le ha sido encomendado por Griñán a Miguel Ángel Vázquez, otro periodista de perfil no muy distinto a esos dos antecesores con quienes veinte años atrás compartió redacción en El Correo de Andalucía. Los últimos Gobiernos de Griñán habían descuidado la trascendental tarea de intermediación informativa entre el presidente y los corresponsales políticos de la prensa andaluza y, en general, entre el área más política de la Junta y los medios. Dicha tarea vuelve a recuperarse con esa nueva estructura del departamento de Presidencia que no es más que la recuperación de la antigua.

En la Consejería de Justicia el presidente Griñán también vuelve no tanto al pasado de Chaves como a su propio pasado. El nombramiento en su primer Gobierno de alguien del mundo de la judicatura como Begoña Álvarez al frente de Justicia fue un acierto del que el propio presidente habría de desdecirse más tarde cuando prescindió de ella para sustituirla por Luis Pizarro primero y por Francisco Menacho después: a ambos les ocurría lo que a Ávila en Presidencia, que sus virtudes políticas no eran las adecuadas para una consejería tan picajosa como Justicia. Al nombrar al fiscal Emilio Llera el presidente vuelve a tender los puentes con la judicatura que la Junta de Andalucía había perdido, y no porque ello le sirva para controlar la justicia, lo cual es una estupidez porque la justicia es incontrolable y además está muy bien que así sea, sino porque el Gobierno andaluz tiene que saber qué se dice, qué se piensa, qué se cuece, qué se espera, qué se teme o qué se trama en ese mundo judicial tan poco permeable tradicionalmente a la izquierda.

Las otras novedades socialistas del nuevo Gobierno no han sido una sorpresa en ningún caso, pero sí una injusticia en alguno. Ha sido una injusticia en el caso de Micaela Navarro, con cuya defenestración cumple penitencia por unos pecados que posiblemente no ha cometido, además de no obtener el reconocimiento debido por unas buenas obras que, en efecto, sí ha llevado a cabo con sinceridad y determinación. En la caída de Micaela han operado variables ya conocidas, como la tensión orgánica Jaén/Sevilla, su explícito alineamiento con Rubalcaba frente a Chacón, el exceso demográfico de jiennenses en el Gobierno o los rumores altamente radiactivos pero nunca suficientemente verificados según los cuales Navarro tramaba un golpe de mano contra Griñán la misma noche electoral si se consumaba la derrota socialista. Sea como fuere, el presidente ha sido injusto con Micaela y no puede no saber que lo ha sido. Puede que también lo haya sido con otros consejeros al prescindir de ellos, como es el caso de Francisco Álvarez de la Chica, pero no desde luego en el mismo grado que con la exconsejera de Igualdad. El presidente debería pensar alguna manera honorable de compensar esa injusticia: ahora que todavía está fresca esa victoria electoral que lo ha hecho más guapo, más joven y más sabio no tendrá problema alguno para hacerlo, aunque para eso tiene que querer, claro.

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