Este artículo se publicó hace 15 años.
Vrindaban
La ciudad de las viudas
Hare Krishna, murmura Suniti Haldar a modo de saludo mientras inclina la cabeza y se cubre el pecho surcado de arrugas con la tela de algodón blanco que suelen vestir las viudas indias. El pelo rapado y las marcas de sándalo en la frente también indican el estado de viudedad de esta anciana encorvada y consumida. "No tengo padre, ni hijos, ni familia", explica. Suniti vive desde hace 20 años en Vrindaban y es una de las 15.000 viudas que, según el Fondo de Desarrollo de las Naciones Unidas para la Mujer (UNIFEM), habitan en esta localidad al norte de India.
Las viudas son consideradas una maldición en la cultura hindú y, abandonadas por sus familias y despreciadas por la sociedad, vienen a refugiarse desde todo el país a esta ciudad sagrada donde nació Krishna. Las familias no quieren hacerse cargo de una boca improductiva. En Vrindaban malviven de la mendicidad y de rezar durante horas los cánticos dedicados a esta deidad.
El barro y la basura que se amontonan en sus calles contrastan con los templos de un mármol inmaculado erigidos en honor al dios. Las calles del bazar, donde se venden imágenes kitsch de Krishna, se ven súbitamente inundadas de un ejército silencioso de mujeres de blanco. Acaban de terminar sus dos horas de cánticos en el ashram convento de Pattahar Pura, por las que han recibido dos rupias (0,03 céntimos de euro) y tratan de mendigar alguna moneda más.
Cuando llegue el momento de su muerte, lo ahorrado ni siquiera les alcanzará para pagar la cremación propia de la cultura hindú y arrojar el cadáver al río Yamuna, que corre junto a la ciudad. Algunas viudas reciben una pensión de 60 euros al año. "Llevo varios meses esperando el cheque del Gobierno", afirma Menaka Mukherjee, de la casta alta de los brahmanes. Tras haber vivido en un palacio, ahora no tiene recursos y malvive comiendo legumbres en una ONG. "Hace dos años que mis hijas me dijeron que no querían saber nada de mí", cuenta Menaka.
"Quedarse viuda es un castigo divino a causa de alguna vida pasada", explica Praven Morwal, consultor legal y astrológico en esta localidad. La tradición hindú dice que tras la muerte del marido, las viudas ya sólo tienen que esperar la muerte. Deben ingerir una única comida al día, no llevar joyas, aislarse de la sociedad y, en el caso de las castas altas, no volver a casarse. Su culpa consiste en haber sobrevivido a sus hombres.
"Las viudas jóvenes corren el riesgo de caer en la prostitución", afirma Pallavi, miembro de la ONG Guild of Service. Propietarios de tierras de la zona las adoptan como amantes y luego las venden a prostíbulos. Esta situación aparece retratada en la cinta Agua de la directora india Deepa Mehta, que se terminó de rodar en Sri Lanka ante las amenazas de extremistas hindúes. El filme refleja la marginación social que sufren las viudas en la época de la lucha por la independencia. Nada ha cambiado.
"Las viudas jóvenes corren el riesgo de caer en la prostitución"
"Sólo le pido a Krishna que me retire de esta vida", musita Menaka. Las voces agudas y cansadas de las mujeres resuenan en el ashram Balagi durante horas.
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